domingo, 10 de febrero de 2013

BREVE APUNTE DE HISTORIA NATURAL (2)



Los humanos son bípedos. Se yerguen sobre las extremidades traseras, que ellos llaman miembros inferiores, porque al erguirse quedan abajo; son las piernas. El equilibrio parece imposible. Todo el peso del cuerpo se sostiene con el extremo inferior de la pierna, el pie. Un hueso duro en el talón sirve de apoyo principal, y otros huesos muy pequeños y frágiles, articulados en 5 hileras, construyen una base que se sujeta con músculos y tendones, a modo de tirantes, formando una pequeña bóveda. Todo ello se recubre con almohadillas de grasa y piel. Una verdadera maravilla. Pero aún hay más;  el cuerpo tiene que levantarse y sujetarse sobre las piernas. También aquí se forman arquitecturas increíbles con los huesos tibia, peroné y fémur y con el hueso de la cadera. Articulaciones, rodamientos, músculos y ligamentos, permiten la fuerza y la elasticidad de la rodilla, la cadera y la pierna. Y sobre esta estructura se asienta otra ingeniería sofisticada hasta el extremo, la columna vertebral, formada con pequeñas vértebras articuladas que pueden levantar todo el peso del vientre, con su paquete intestinal, y todo el tórax, los miembros anteriores, que ahora son superiores, los brazos, y encima del todo la cabeza, que mucho tiempo atrás estuvo delante, cuando nuestros antepasados caminaban a cuatro patas. Increíble. Pero más increíble es que sobre dos piernas que sujetan un peso de 30, 50, 100 kilos o más, el humano pueda mantener el equilibrio y caminar sin caerse y pueda correr, jugar al fútbol, saltar y bailar. Y todo ello dirigido desde el cerebro a través de un mecanismo de señales que transportan los nervios. Cuando ocurre un infarto cerebral no llegan las instrucciones a los nervios y tampoco a los músculos, y se paraliza todo.

El humano, como las hormigas, construye túneles muy profundos, pero no suele vivir dentro de ellos, sino que los usa para enterrar trenes que lo llevan de un lado a otro por dentro de la tierra. Le llaman Metro. Los humanos, cabizbajos, ensimismados, entran en las bocas de la tierra, las bocas de Metro, y bajan por unas larguísimas escaleras, de cientos de peldaños, hasta llegar a un espacio más ancho, con bóvedas sujetas con hierro y con cemento. Ahí están los trenes, sobre raíles que recorren quilómetros y quilómetros de una punta a otra de la ciudad. Las profundidades de la tierra están alumbradas con luces eléctricas. Otra maravilla que permite hacer el día en la noche. Allí van los humanos. No se conocen entre sí. No hablan. No se miran apenas, como si les diera vergüenza. Cuando son muchos y no caben en el vagón del metro tienen que juntarse, muy cerca unos de otros, a veces literalmente pegados. Pero no sienten nada. No hay afecto entre ellos. Es como si estuvieran envueltos por un plástico invisible que no permitiera el contacto. Que los aislara. Así pueden estar pegados sin abrazarse, sin mirarse a los ojos, sin cambiar un saludo, un “¿cómo está usted?”. Es como si se protegieran unos de otros. Pasa también en los ascensores. Como si reservaran su afecto y su simpatía para cuando tenga sentido. Solamente a veces cuando dan un golpe sin querer dicen “lo siento”. La expresión del humano en el metro, y muchas veces también cuando camina por la calle a ras del suelo, es neutra. Como si estuviera dormido. A veces parecen tristes. Pero si encuentra una persona conocida, entonces le cambia la cara, aparece una sonrisa, se iluminan los ojos, se dan la mano, a veces se abrazan o se dan una palmada cariñosa en el hombro, hablan entre sí, y en ocasiones ríen. Es bonito ver reír a los  humanos.

En el metro hay rostros de muchos lugares, de muchas tonalidades de piel, y hay humanos varones y hembras de todas las edades, y de diferentes tamaños. Van vestidos. Llevan zapatos en los pies para no hacerse daño al caminar. En invierno se cubren con ropas de más abrigo y con bufandas y guantes. Cada uno tiene sus historias, dos hijos en el colegio, la madre con Alzheimer en la residencia, la tierra lejana en que nació y el amigo que escribe preguntando cómo van las cosas por allí, esta noche hervido con patatas, el marido se ha puesto enfermo y le están haciendo pruebas, en el trabajo han despedido a varios y la situación es tensa, estamos preparando la fiesta de jubilación de una gran amiga, quisiera que mi hija encontrara trabajo, hace días que no he visto a mis nietos, mi mujer es un cielo, mañana es el examen… cada una y cada uno va pensando entre sueños sus historias, las que fueron y las que han de venir. Pero no dicen nada. Se las guardan para ellas y entornan los ojos, dormitando. Al llegar a la estación correspondiente, los que llegan a su destino bajan y caminan con prisa hacia las escaleras sin despedirse de los que se quedan abajo. Salen por las bocas desde el fondo de la tierra y se dispersan hacia sus trabajos y sus ocupaciones.

Es impresionante darse cuenta de cuántos mundos hay en este mundo. Cuántas almas diferentes. Cuántas historias. Cuántos sueños. Sin embargo, vistos desde lejos, parecemos todos iguales. Como si formáramos un mismo cuerpo. Como si viviéramos una misma aventura. Caminando con los pies ligeros de un niño o arrastrándolos cansados como un viejo. Quizá, en fondo, seamos todos realmente iguales.

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