sábado, 24 de junio de 2017

El aumento de las listas de espera es un síntoma preocupante del deterioro del sistema sanitario.

El Ministerio de Sanidad ha publicado las Listas de Espera del SNS a diciembre de 2016 (1). En ese momento 614.101 pacientes esperaban para ser operados en algún hospital del Sistema Nacional de Salud. El problema no es que sean muchos pacientes, sino que esperen demasiado tiempo. En efecto, si la actividad de los centros sanitarios permitiera atender a estas personas en un tiempo adecuado (pongamos una media de espera de 45 días desde que un médico les indicó que debían operarse y aceptaron incluirse en la lista de espera) no importaría que fueran 600.000 o un millón. La clave es el tiempo espera para ser atendidos. Y aquí la noticia no es buena, porque desde el año pasado el Tiempo Medio de Espera ha subido de 89 a 115 días: un aumento del 29,2%. Este es el tiempo medio; quiere decir que hay personas que esperan mucho más.

La calidad de la atención sanitaria depende de unos buenos profesionales, que trabajan con medios adecuados (equipamiento e instalaciones). Pero también la calidad depende de que la atención se lleve a cabo en el momento adecuado. Una espera demasiado prolongada puede empeorar un proceso patológico y, entre tanto, puede causar discapacidad, dolor, baja laboral, etc. El tiempo de atención importa. Y ese tiempo depende de contar con un número suficiente de profesionales, y con presupuesto para poder poner en funcionamiento quirófanos, servicios diagnósticos, servicios de reanimación, y habitaciones de hospitalización con el personal de enfermería adecuado. Y esto cuesta dinero.

Los recortes llevados a cabo en el Sistema Nacional de Salud se están pagando en un deterioro de la atención sanitaria que se puede medir en el aumento de las listas de espera, o en la peor percepción de la calidad en los barómetros sanitarios.

En diciembre de 2010 el Tiempo Medio de Espera para intervención quirúrgica era de 65 días. En diciembre de 2016 es de 115. Un 77% de aumento; casi dos meses más. Demasiado tiempo. Es preciso recuperar el gasto sanitario público y orientarlo en la buena dirección. El Gasto Sanitario Público, que es hoy en torno 6% del PIB debería ser de 7,5%. Es preciso dotar adecuadamente las plantillas en atención primaria y atención especializada. Y es importante reforzar todos los programas de Salud Pública.

El aumento de la Lista de Espera es un síntoma muy preocupante del deterioro de la sanidad pública y todos debemos reaccionar para que ese deterioro no se agrave.

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miércoles, 21 de junio de 2017

El gasto en medicamentos aumenta el triple que la atención primaria.

En efecto, el aumento del gasto en medicamentos es a costa de los servicios de atención primaria, de las remuneraciones de personal y del bolsillo de los pacientes.

Los datos facilitados por el Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad en relación con el Gasto Sanitario Público (1) muestran que en 2015 se produjo un aumento del 5,88%, pasando de 61.919 millones de euros a 65.565 millones de euros: 3.646 millones más. Esta es una buena noticia.

Sin embargo, comparando estos datos con el año 2009, vemos que todavía no nos hemos recuperado de los importantes recortes. En aquél año el gasto sanitario público ascendió a 70.674 millones de euros. El tajo sigue siendo muy grande afectando negativamente a los servicios sanitarios públicos.

Pero no todo aumento de gasto es bueno. Depende de en qué se utilice. Lo que me interesa analizar en esta nota es la distribución de ese gasto. En el Informe del Ministerio se comparan gastos de los servicios hospitalarios, de los servicios de atención primaria, de farmacia, etc. Viendo los datos parece que el gasto en Farmacia ha crecido solamente un 1,3%, con 134 millones de euros. Mientras que la atención primaria habría crecido un 3,21% y la atención hospitalaria un 7,7%.

Lo que no nos enseñan estas cifras es cuánto gastamos en farmacia en los hospitales. Para verlo hemos de acudir a los datos del Ministerio de Hacienda y Administraciones Públicas y sus indicadores de gasto farmacéutico (2). Vemos ahí cómo el gasto en medicamentos a cargo de los hospitales subió de 5.254 millones de euros en 2014 a 6.641 millones en 2015. Si sumamos este gasto farmacéutico al de las oficinas de farmacia vemos que el gasto farmacéutico público total creció de 15.645 a 17.162 millones de euros, un 9,69%. Y, al mismo tiempo, el gasto hospitalario, descontando los medicamentos, creció un 4,73%.

Es decir, entre 2014 y 2015, el gasto en medicamentos ha crecido el doble que el gasto hospitalario y el triple que el gasto en atención primaria.

Otro elemento de comparación importante es el gasto en remuneraciones de personal. En ese mismo periodo creció un 3,7% frente al 9,69% de gasto en medicamentos.

Se observa una derivación de recursos del sistema desde los gastos de personal y de los servicios de atención primaria y especializada hacia los gasto en medicamentos, debido fundamentalmente al aumento de los precios de forma injustificada y abusiva.

Comparaciones desde 2009.

Desde el año 2009 hasta 2015 el gasto en remuneraciones de personal ha diminuido un 7,74%. El gasto en atención primaria disminuyó un 13,2%. El gasto en hospitales (sin contar medicamentos) disminuyó un 7,3%.

Mientras tanto, el gasto en medicamentos, incluyendo gasto hospitalario y extrahospitalario, disminuyó solamente el 1,5%.  Aparentemente. Porque también aquí hay una importante observación a hacer. En 2012 se retiró la financiación pública de más de 400 medicamentos, y se aumentaron los copagos. De ahí que parte del gasto que antes asumía el presupuesto público, ahora lo pagan los pacientes. En concreto, en 2009 el gasto farmacéutico ambulatorio privado era de 4.273 millones y en 2014 ascendió a 6.547 millones: 2.274 millones más (3). Si ese aumento de gasto extraído del bolsillo de los pacientes, hubiera seguido cubierto por la sanidad pública, el gasto farmacéutico público no habría bajado sino que habría crecido entre 2009 y 2015 en un 9,19%. Ese dinero nos lo hemos gastado, solo que parte de él directamente de los bolsillos de los pacientes, en vez de a través de los impuestos.

En resumen, vemos una significativa derivación de recursos desde los pacientes, desde la atención primaria y desde los hospitales hacia el gasto farmacéutico.

Por eso es urgente abordar la cuestión de los precios de los nuevos medicamentos, que se están fijando por el concepto de “valor”, es decir, por lo máximo que puede pagar el paciente o el sistema de salud, cuando deberían fijarse (mientras estén protegidos por patente) por lo que cuesta su fabricación y lo que cuesta la investigación. No podemos ni debemos pagar un 1.000% o un 10.000% más de lo que cuesta un medicamento. No es justo. Frente al abuso de posición dominante en la fijación de precios se debe estimular la competencia y la fabricación y compra de genéricos (anulando  si es preciso la patente con una licencia obligatoria, y la exclusividad de datos). Es necesario que el Ministerio y las CCAA logren un nuevo equilibrio razonable en el proceso de fijación de precios que ahora se inclina a favor de la industria.

Al mismo tiempo se debe insistir en una prescripción ajustada a la necesidad, evitando prescripciones innecesarias o inadecuadas, evitando así efectos adversos gravemente perjudiciales para la salud. Enseñar a de-prescribir debería ser también una asignatura de la carrera de medicina y, desde luego, de la formación médica continuada.

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