lunes, 26 de enero de 2015

Acerca de la equidad y de la justicia


En una mesa redonda organizada la semana pasada por la BBC en el foro económico mundial de Davos, Christine Lagarde, Directora del Fondo Monetario Internacional, defendía que la equidad facilitaba el crecimiento económico.

En la misma mesa la directora ejecutiva de Oxfam Internacional, Winnie Byanyima, denunciaba el aumento de la desigualdad en la distribución de la riqueza mundial. Y señalaba que la tendencia era impulsada por la acción de los grupos de presión de los grandes grupos (financiero, farmacéutico) que orientaban la acción de los gobiernos a favor de sus intereses.

Pero, por el contrario, Sir Martin Sorrel, director de la empresa WPP, con un “salario” de 40 millones de euros en 2013, defendía que no estaba demostrado que la equidad favoreciera el crecimiento económico.

Quienes defienden que la equidad no es necesaria para la prosperidad señalan que globalmente la economía mundial ha crecido y que en los últimos 25 años millones de personas han salido de la pobreza, sobretodo en China, India y Latinoamérica. Pero esta mejoría de las condiciones de vida de las personas no se ha debido al “sistema de producción” capitalista, sino que se ha debido, precisamente, a políticas de redistribución, a políticas sociales, con una asignación menos injusta de los beneficios de la producción en sistemas de producción capitalista: mejora de los salarios, de las condiciones de seguridad en el trabajo, de la sanidad pública, etc. El mismo sistema de producción capitalista funcionaba en Latinoamérica desde hace 100 años, con un pequeño grupo de grandes fortunas, una masa enorme de pobres y una exigua clase media. Han sido gobiernos progresistas en Brasil y otros países, los que han llevado a cabo políticas fiscales y de gasto público que han permitido mejorar la vida de millones.

En China y en India los modelos económicos de producción, al estilo captitalista, han generado riqueza que se reparte desigualmente. Han surgido enormes fortunas, y millones de personas han comenzado a trabajar en la industria. Como sucedió en Europa, el paso del campo, con economía de subsistencia, a la ciudad, con un trabajo asalariado, suponía una mejora, aunque el salario fuera muy bajo, porque ya no morían de hambre. Pero, además, se han desarrollado políticas públicas que van generando derechos sociales para corregir las duras condiciones de trabajo y la enorme desigualdad. Es un proceso que habrá que impulsar, y que no es “automático” o  “inevitable”.

La equidad se consigue con políticas públicas sociales y se pierde con políticas antisociales, como las que se han aplicado en España en los últimos años. Y la equidad debe buscarse en cualquier nivel de desarrollo económico, igual que debe buscarse en cualquier familia, sea cual sea su nivel de renta. ¿Acaso unos padres dejarán morir de hambre a su hijo pequeño, porque el salario familiar ha disminuido, porque la familia es más pobre? ¿Acaso darán de comer solamente al más fuerte de los hermanos, para que asegure los ingresos del futuro? Unos padres justos tratarán a sus hijos como iguales y ayudarán más al más débil para que salga adelante. No retirarán al más débil y al más enfermo las medicinas que necesite.

De la misma forma, la equidad en la sociedad se basa en la convicción de que todos los seres humanos somos hermanos y tenemos los mismos derechos. De ahí surge un concepto de justicia, y ese concepto impulsa la equidad. La equidad se basa en la justicia. Como el punto de partida es desigual, las políticas públicas, los gobiernos (los padres) buscarán apoyar más a los más débiles. La equidad no es la “consecuencia del crecimiento económico”. Puede haber equidad sin crecimiento y puede haber crecimiento económico sin equidad.

El egoísmo, la codicia, que busca la supervivencia individual es muy fuerte y sigue estando presente en las personas, en la sociedad y en las instituciones.

La humanidad va desarrollando pautas de conducta que van más allá del egoísmo primitivo. La evolución cultural y moral de las sociedades humanas descubre que es bueno ayudarnos unos a otros para que podamos vivir todos mejor y nos enseña que esa conducta nos hace más felices en nuestra conciencia. En la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, como una familia.

Esta conducta se aprende no sin esfuerzo y se ha recogido a lo largo de los siglos en códigos y leyes, que cada vez son más progresistas, como la Declaración Universal de Derechos Humanos. En nuestra sociedad antiguamente, y en otras sociedades hoy, se aprobaba la esclavitud, la violencia contra las mujeres y otros comportamientos que hoy consideramos atroces… era normal. Era normal también no tener vacaciones pagadas, o baja laboral por enfermedad retribuida y con reserva de puesto de trabajo al recuperar la salud, o un salario mínimo, o descanso semanal, o atención sanitaria… En muchos países hoy no se tienen estos derechos. Incluso en algunos muy avanzados. Decía Obama hace pocos días en su discurso del Estado de la Nación que en los próximos dos años quería lograr el derecho a baja laboral por enfermedad retribuida para 40 millones de trabajadores que todavía no tenían ese derecho en EEUU.

Pero, al mismo tiempo, otros grupos de interés piensan que la solución a los problemas es la contraria. En el mismo foro de Davos, Ray Dalio, presidente del Fondo de Inversión de riesgo Bridgewater,  decía que el salario en España era más alto que en EEUU, que había que cambiar la edad de jubilación, la semana laboral y las vacaciones.

La lucha por la equidad es una batalla permanente. Con avances y retrocesos. El motor de la codicia está en los genes, es muy primitivo y tiene mucha fuerza. Siempre quiere más.

El motor de la solidaridad también está ahí. Pero tiene que desarrollarse por una toma de conciencia que nos hace percibir que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos. Esto no es tan evidente. Requiere un proceso de madurez humana, basado en los sentimientos de familia, de pueblo, de nación, de sociedad de naciones, que van trascendiendo el egoísmo personal y reconocen al otro como igual, como hermano. De la misma manera que una mano o un ojo son parte del cuerpo y cuando se hieren o se enferman nos duelen y necesitan cuidado, y comprendemos que es bueno para todo el cuerpo curar esa parte enferma para que no nos incapacite o nos lleve a la muerte, de la misma manera, digo, nos tiene que doler el dolor de otro ser humano, de otro pueblo, de otra raza, de otro continente.

Nos tiene que doler la lucha de los mineros de Sudáfrica, el drama de las trabajadoras del textil de Bangla Desh, los miles de muertos africanos en el Estrecho en su camino hacia Europa o los parados de España que no pueden conseguir un empleo para ganarse la vida.

Cuando sintamos la alegría y el dolor de todos los seres humanos, podremos lograr la equidad. Mientras tanto, y queda mucho, hay que seguir luchando.

No tenemos que exigir la equidad porque sea mejor para el crecimiento económico como dice Lagarde, que también. Tenemos que exigirla porque es justo, porque los frutos del trabajo y las riquezas de la naturaleza se deben usar y repartir entre todos de una manera equilibrada, proporcional al esfuerzo y la necesidad de cada uno.  Como hermanos.

En el fondo, la consecuencia de comportarnos con justicia, lograr la equidad entre los seres humanos, nos hace verdaderamente más felices en la esencia misma de nuestra condición humana, que no es otra sino tener conciencia de lo que está bien y lo que está mal, de lo que es justo y lo que es injusto.

2 comentarios:

  1. Felicitaciones, Fernando. Una reflexión oportuna por el recurrente foro de Davos y sus habituales ecos mediáticos.

    Pero, como de costumbre, lo que se constata día a día es que la "Ley de la selva" sólo se ha sofisticado en sus apariencias. Sin embargo, el ser humano sigue teniendo el mismo objetivo de competición para llevarse lo más de todo lo posible y, como es lógico (por la limitación de los bienes), a costa del prójimo, aunque sea para una acumulación codiciosa, morbosa e improductiva socialmente; ¿debería considerarse la inclusión de esta "tesaurismosis" como patología explícita en la futura DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders)?.

    Quiénes así actúan no tienen en lugares relevantes, en sus escalas de valoración, conceptos como la justicia social, la equidad, la solidaridad, etc... Sino que su objetivo es el mayor enriquecimiento, en el menor plazo posible, lo que es difícilmente conciliable con un avance global de la sociedad, a menor velocidad, y que entrañe reparto de lo que creen "suyo", aunque se les convenciera de que la riqueza general (no tanto la propia) sería mayor.

    De unas reflexiones humanísticas tan históricas, y no tan lejanas, como éstas ("Liberté, égalité, fraternité") deben resurgir renovadas estrategias de política (en esencia una jerarquía de asignación de recursos) que tengan a todos los seres humanos como centro de las mismas, encarnadas por verdaderos líderes sociales, que sean menos gestores tolerados del "capital", ahora rebautizado "mercados". Y para no pecar de ingenuo, también una crítica para esa gran masa escasamente proactiva, a veces hiperreactiva y, casi siempre, pasiva; si se considera libre, también es responsable en su cuota parte de lo que acontece (por muy freudiana que sea la proyección de la culpa).

    Saludos,
    Pepe Morán.

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  2. Muy de acuerdo con tu reflexión Pepe.
    No creo que esa tendencia egoísta sea patológica, sino fisiológica. Es parte de la evolución de los seres vivos. El instinto de supervivencia individual.
    Lo que pienso es que los seres humanos podemos desarrollar más el otro instinto que aflora en los seres vivos, el de la solidaridad, el que hace que la madre proteja a su hijo aun a costa de su vida, o que una persona se tire al río para intentar salvar a otra persona a la que no conoce siquiera, etc. Esa capacidad de renunciar y compartir es muy humana, pero debe aprenderse, entrenarse, fortalecerse. Esa es la tarea. Hoy los poderes económicos son tan fuertes, que requieren un contrapeso también muy fuerte del conjunto de la sociedad a través de la acción política. De momento han desequilibrado la balanza, pero es posible recuperar y mejorar un equilibrio más saludable para todos. Y en ese esfuerzo coincido con tu apunte: cada uno y todos tenemos una responsabilidad.

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