sábado, 14 de noviembre de 2020

Ojos tristes

La primavera se fundió con el otoño

y el verano nos dejó el vago recuerdo

de una estación que apenas fue.

Las hojas caídas de los árboles

dibujan alfombras de colores

rojizos y ocres en el suelo

mientras las nubes blanquigrises

ocultan y tamizan los rayos del sol.

 

Camino por la calle

en un paisaje de máscaras.

Todos llevamos la cara tapada

como los bandidos.

Solo se ven los ojos y la frente.

No son ojos alegres.

 

Muchas personas tienen miedo.

Este virus es muy traicionero

y sigue matando.

Caminamos separados

a la distancia de seguridad.

 

Algunos tienen nostalgia

de los achuchones de sus nietos,

las cenas con los amigos,

los abrazos, los besos

o ese viaje que no pudo ser.

Otros sufren en silencio

porque les han despedido del trabajo

y hoy no tienen ni para comer.

En otros se adivina el dolor

de haber perdido a un ser querido

sin haber podido siquiera despedirse.

 

Y en muchos hay una pregunta

una duda en los ojos 

que no oculta la máscara.

¿pudo evitarse esta vez?

 

Porque, después de la primera ola

se esperaba que las autoridades sanitarias

hubieran tomado las medidas necesarias

para evitar una nueva pesadilla.

 

Y no ha sido así. No se tomaron las medidas.

No se reforzó la atención primaria

no se reforzó la salud pública

ni contrataron los rastreadores,

no reforzaron los hospitales

que estaban agotados.

 

Y esta mañana, querido doctor, médico amigo, 

por encima de la mascarilla quirúrgica

tus ojos me clavaban su tristeza

cuando me atendías con el cariño 

y con la precisión de siempre.

 

“Lo dimos todo -me decías- sin protección

sin medios, noche y día, ¡todos!

sin excepción,

enfermeras, médicos, administrativos,

celadores, personal de limpieza…

nos jugamos la vida. Dos compañeros

murieron en la primavera. Pero ahora…

Tenían que habernos apoyado,

y en vez de completar las plantillas, 

nos ofrecen contratos basura,

de tres meses. Siguen sin organizar

los circuitos de atención

para evitar los contagios. 

¡Y no nos escuchan! ¿qué está pasando?

En primavera pensé que todos seríamos mejores

que nacería un mundo nuevo de ese dolor

pero ahora siento impotencia,

desesperanza”.

 

Tus ojos tristes se clavan en mi alma

y siento crecer en mi una indignación profunda

una rabia que me pide levantar la voz para decir

que no hay derecho, para exigir 

que las cosas deben ser de otra manera.

 

Pero te pido, por favor, que no te rindas.

Tenemos que seguir luchando.

Esta racha pasará tarde o temprano

y los enfermos te necesitamos,

os necesitamos.

 

¡Qué triste este otoño

si al verse reflejado en tus ojos cansados

no consigue atisbar una lucecita de esperanza!

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