La victoria de Trump en EEUU es el triunfo más significativo
del nuevo populismo. Pero es igual que el Brexit en el Reino Unido, igual que
el auge del mismo discurso en la República Checa, en Francia, en Dinamarca o en
Hungría. Igual que los gobiernos personalistas en Rusia o en Turquía. Mano dura
al inmigrante. Guerra a los políticos corruptos.
Los analistas se preguntan en las tertulias radiofónicas y
en sus editoriales qué ha pasado, cómo es posible que haya ganado Trump.
Discuten si se hizo mal la campaña, si Trump comunicó mejor. O si la gente ha
perdido la razón: son muy raros los de la América profunda, o los de la vieja
Inglaterra.
Esos analistas y consultores suelen trabajar para empresas y
medios controlados por fondos buitre o por entidades financieras tan grandes
que no las podemos dejar quebrar (es decir que, cuando pierden dinero con sus
apuestas, pagamos nosotros las pérdidas, y cuando ganan se lo llevan crudo).
Por eso no se hacen las preguntas adecuadas y nunca llegan al diagnóstico del
problema. Porque el problema lo tienen en su casa. En sus dueños.
¿Acaso no vemos que Durao Barroso, Presidente de la Comisión
Europea durante10 años, después de la crisis económica causada por los bancos,
que destruyó millones de puestos de trabajo, y después de impulsar medidas de
recorte a las personas más débiles de la sociedad, se ha ido a trabajar con un
sueldo millonario a Goldman Sachs? ¿No es suficiente este solo dato para
explicar por qué millones estamos cabreados con esa forma de hacer política que
ha favorecido a los ricos mientras se bajaban pensiones, se ponían copagos, y
se destruían puestos de trabajo? ¿No es lógico que los jóvenes no vayan a
votar, si los hemos excluido de la sociedad, sin trabajo o con trabajos
precarios y mal pagados? ¿No basta para decir iros a paseo, si vemos una y otra
vez que los ejecutivos de los bancos que causaron la crisis se jubilan con
pensiones de 65 millones de euros? Y no solo no hay un rechazo unánime en la
prensa exigiendo un cambio de esa injusticia, sino que se los retrata como
“triunfadores” y benefactores porque donan algunos euros a fundaciones
benéficas.
Millones de personas, trabajadores, gente honesta, está
cabreada. Y la explicación que dan los analistas, los tertulianos y los
políticos en general, es que la culpa es de los otros. De los otros partidos,
del pensionista que se aprovecha de tomar más medicinas de las que necesita,
del trabajador que se escaquea, del estudiante rebelde, de los recién casados
que compraron un piso con una hipoteca que les dio un banco pero que no
calcularon que no podrían pagar si les echaban del trabajo, y ahora les echan del
piso y les piden que sigan pagando, porque el banco sí que calculó que eso
podía pasar pero sabía que la ley injusta condenaría a los pobres indefensos.
¡400.000 personas en España han sido echadas de sus casas en los últimos 10
años! ¿Cómo no van a estar indignados, destrozados, desesperados?
¿Qué piensan en su corazón los miles que cada día van a
pedir comida a los bancos de alimentos, en Madrid, en Valencia, en Londres, en
París? ¿Qué sienten las madres de los niños que no pueden darles bastante para
comer y ven cómo pasan hambre cada día? ¿Pero cómo no van a votar a Trump o a
lo que sea, si se las leyes que mantienen los parlamentos permiten estas cosas,
cuando sobra dinero, que es el que se llevan los que no pagan impuestos, las
grandes corporaciones con ejecutivos millonarios? ¿Cómo no querer cambiar
radicalmente esta injusticia, si por una medicina que cuesta 300 euros el
laboratorio pide 20.000 y los gobiernos les dejan, y miles de personas mueren
por no poder comprarlas?
El populismo lo tiene claro: vamos a acabar con los
políticos corruptos, comprados por Wall Street. Vamos a acabar con el estado
actual de las cosas. Vamos a devolver los empleos a los trabajadores y salarios
dignos. Vamos a echar a todos los vagos y los terroristas. Mano dura contra los
inmigrantes. Muros y vallas hasta el infinito. Aquí no pasa ni Dios.
El problema es que tenemos historia. Y sabemos que los
populismos engañan. Sirven para catalizar el descontento. Pero no van a traer
la justicia. Porque detrás están los mismos poderes económicos que nos chupan,
literalmente, la sangre y la dignidad. Los mismos. Solamente que estas
personas, con su discurso de odio y mano dura pueden derivar en dictadores,
poniendo mordaza a la libertad de prensa, persiguiendo al disidente con escuchas
y amenazas, aumentando el odio entre vecinos, entre personas de diferente color
o diferentes ideas. Inyectando el miedo en las venas. Y en esas condiciones es
más fácil que surja la violencia y la guerra. No es ser agorero. Es ver lo que
ha pasado una y otra vez en la historia.
Por eso tenemos que iniciar un nuevo camino. Hablo con mis
hijos, desconcertados. Mis amigos no se lo creen. Y yo les digo, es momento de reflexionar y de pensar si
estamos dispuestos a intentar otra cosa.
Una propuesta política y social que sume voluntades para mejorar realmente la vida de la
mayoría de la gente, en España, en Europa y en el mundo. Una propuesta en torno
a cuatro ejes: la defensa de la paz, la justicia, una economía inclusiva y la defensa de la libertad. No vale
la una sin la otra. No puede haber paz y seguridad si no hay justicia. No puede
haber libertad si comes de limosna o tu empleo es precario. La economía tiene
que integrar a todos acabando con el sálvese quien pueda y el que más chifle
capador. Y una economía estable necesita la paz.
No le echemos otra vez la culpa a los votantes. Con los
votos de las últimas elecciones pudo haber un gobierno alternativo en España.
No le echemos tampoco la culpa a “los políticos”. Pensemos si cada una de
nosotras y de nosotros no debería dedicar algo de tiempo a hacer política, para
presionar en cada tema y en cada ámbito y buscar entre todos, sumando, un
presente y un futuro mejor.
Decía Neruda: si es una broma triste, decídanse, señores, a
terminarla pronto, a hablar en serio ahora. Después el mar es duro. Y llueve
sangre.
Pues no es una broma. Y para cambiar las cosas tenemos todos
que arremangarnos.