miércoles, 9 de noviembre de 2016

Tenemos que iniciar un nuevo camino


La victoria de Trump en EEUU es el triunfo más significativo del nuevo populismo. Pero es igual que el Brexit en el Reino Unido, igual que el auge del mismo discurso en la República Checa, en Francia, en Dinamarca o en Hungría. Igual que los gobiernos personalistas en Rusia o en Turquía. Mano dura al inmigrante. Guerra a los políticos corruptos.

Los analistas se preguntan en las tertulias radiofónicas y en sus editoriales qué ha pasado, cómo es posible que haya ganado Trump. Discuten si se hizo mal la campaña, si Trump comunicó mejor. O si la gente ha perdido la razón: son muy raros los de la América profunda, o los de la vieja Inglaterra.

Esos analistas y consultores suelen trabajar para empresas y medios controlados por fondos buitre o por entidades financieras tan grandes que no las podemos dejar quebrar (es decir que, cuando pierden dinero con sus apuestas, pagamos nosotros las pérdidas, y cuando ganan se lo llevan crudo). Por eso no se hacen las preguntas adecuadas y nunca llegan al diagnóstico del problema. Porque el problema lo tienen en su casa. En sus dueños.

¿Acaso no vemos que Durao Barroso, Presidente de la Comisión Europea durante10 años, después de la crisis económica causada por los bancos, que destruyó millones de puestos de trabajo, y después de impulsar medidas de recorte a las personas más débiles de la sociedad, se ha ido a trabajar con un sueldo millonario a Goldman Sachs? ¿No es suficiente este solo dato para explicar por qué millones estamos cabreados con esa forma de hacer política que ha favorecido a los ricos mientras se bajaban pensiones, se ponían copagos, y se destruían puestos de trabajo? ¿No es lógico que los jóvenes no vayan a votar, si los hemos excluido de la sociedad, sin trabajo o con trabajos precarios y mal pagados? ¿No basta para decir iros a paseo, si vemos una y otra vez que los ejecutivos de los bancos que causaron la crisis se jubilan con pensiones de 65 millones de euros? Y no solo no hay un rechazo unánime en la prensa exigiendo un cambio de esa injusticia, sino que se los retrata como “triunfadores” y benefactores porque donan algunos euros a fundaciones benéficas.

Millones de personas, trabajadores, gente honesta, está cabreada. Y la explicación que dan los analistas, los tertulianos y los políticos en general, es que la culpa es de los otros. De los otros partidos, del pensionista que se aprovecha de tomar más medicinas de las que necesita, del trabajador que se escaquea, del estudiante rebelde, de los recién casados que compraron un piso con una hipoteca que les dio un banco pero que no calcularon que no podrían pagar si les echaban del trabajo, y ahora les echan del piso y les piden que sigan pagando, porque el banco sí que calculó que eso podía pasar pero sabía que la ley injusta condenaría a los pobres indefensos. ¡400.000 personas en España han sido echadas de sus casas en los últimos 10 años! ¿Cómo no van a estar indignados, destrozados, desesperados?

¿Qué piensan en su corazón los miles que cada día van a pedir comida a los bancos de alimentos, en Madrid, en Valencia, en Londres, en París? ¿Qué sienten las madres de los niños que no pueden darles bastante para comer y ven cómo pasan hambre cada día? ¿Pero cómo no van a votar a Trump o a lo que sea, si se las leyes que mantienen los parlamentos permiten estas cosas, cuando sobra dinero, que es el que se llevan los que no pagan impuestos, las grandes corporaciones con ejecutivos millonarios? ¿Cómo no querer cambiar radicalmente esta injusticia, si por una medicina que cuesta 300 euros el laboratorio pide 20.000 y los gobiernos les dejan, y miles de personas mueren por no poder comprarlas?

El populismo lo tiene claro: vamos a acabar con los políticos corruptos, comprados por Wall Street. Vamos a acabar con el estado actual de las cosas. Vamos a devolver los empleos a los trabajadores y salarios dignos. Vamos a echar a todos los vagos y los terroristas. Mano dura contra los inmigrantes. Muros y vallas hasta el infinito. Aquí no pasa ni Dios.

El problema es que tenemos historia. Y sabemos que los populismos engañan. Sirven para catalizar el descontento. Pero no van a traer la justicia. Porque detrás están los mismos poderes económicos que nos chupan, literalmente, la sangre y la dignidad. Los mismos. Solamente que estas personas, con su discurso de odio y mano dura pueden derivar en dictadores, poniendo mordaza a la libertad de prensa, persiguiendo al disidente con escuchas y amenazas, aumentando el odio entre vecinos, entre personas de diferente color o diferentes ideas. Inyectando el miedo en las venas. Y en esas condiciones es más fácil que surja la violencia y la guerra. No es ser agorero. Es ver lo que ha pasado una y otra vez en la historia.

Por eso tenemos que iniciar un nuevo camino. Hablo con mis hijos, desconcertados. Mis amigos no se lo creen.  Y yo les digo, es momento de reflexionar y de pensar si estamos dispuestos a intentar otra cosa.

Una propuesta política y social que sume voluntades  para mejorar realmente la vida de la mayoría de la gente, en España, en Europa y en el mundo. Una propuesta en torno a cuatro ejes: la defensa de la paz, la justicia,  una economía inclusiva y la defensa de la libertad. No vale la una sin la otra. No puede haber paz y seguridad si no hay justicia. No puede haber libertad si comes de limosna o tu empleo es precario. La economía tiene que integrar a todos acabando con el sálvese quien pueda y el que más chifle capador. Y una economía estable necesita la paz.

No le echemos otra vez la culpa a los votantes. Con los votos de las últimas elecciones pudo haber un gobierno alternativo en España. No le echemos tampoco la culpa a “los políticos”. Pensemos si cada una de nosotras y de nosotros no debería dedicar algo de tiempo a hacer política, para presionar en cada tema y en cada ámbito y buscar entre todos, sumando, un presente y un futuro mejor.

Decía Neruda: si es una broma triste, decídanse, señores, a terminarla pronto, a hablar en serio ahora. Después el mar es duro. Y llueve sangre.

Pues no es una broma. Y para cambiar las cosas tenemos todos que arremangarnos.