Apuntes para mi intervención en las XIX JORNADAS NACIONALES DE CELADORES Y RESPONSABLES. ALMANSA 8-10 MAYO DE 2019
Muy buenos días y muchas gracias por invitarme a participar en vuestras jornadas nacionales.
En primer lugar, quiero mostraros mi gratitud y mi enhorabuena por el valioso trabajo que lleváis a cabo cada día en los hospitales y los centros de salud de toda España. Y quiero agradeceros también que un año más hayáis organizado vuestras Jornadas Nacionales para debatir cómo hacer mejor las cosas, cómo mejorar en humanización, en calidad del servicio, en el desarrollo de trabajo en equipo, y en la seguridad de los pacientes.
A lo largo de los años, como paciente, como familiar de paciente, como médico y como responsable sanitario, he visitado y he pasado muchas horas en hospitales, en centros de salud, y en urgencias. Se podría decir que la sanidad ha sido mi casa.
Y en esos años, he visto muchas veces cómo trabajabais. Cómo salíais rápidamente a la puerta de urgencia para recibir a una persona herida, cuidando su posición en la camilla para facilitar una atención segura; he visto cómo ayudabais a una Auxiliar de Enfermería a lavar a un paciente que no podía asearse por sí mismo; he visto el respeto con que trasladabais a una mujer para ser operada, vigilando al mismo tiempo los goteros y las sondas y dándole palabras de ánimo; he visto también cómo pedíais silencio en una planta de hospitalización, o cómo informabais a un paciente despistado, o cómo echabais una mano a un compañero. Recuerdo, por ejemplo, a Jose y a Vicente, celadores de psiquiatría en el hospital de Parayas en Santander, donde hice la especialidad. Eran muy buena gente, que hacían su trabajo con rigor, respondiendo a situaciones a veces muy difíciles, y colaborando eficazmente con las enfermeras, la trabajadora social, los terapeutas ocupacionales, y los médicos. Desde luego, aprendí mucho de ellos y de sus compañeros en las horas que compartimos.
Como señala Manuel García López, Presidente del Comité Organizador de estas Jornadas, vosotros sois los profesionales más cercanos y accesibles a los pacientes, en su llegada al hospital y en su día a día. Sois una pieza clave, en el engranaje de distintas áreas y categorías profesionales, para que el hospital ruede bien, para que pueda hacer bien su trabajo, que es atender a los pacientes con seguridad, calidad y agilidad. Si el servicio que prestan los celadores se para, se para el hospital. Vosotros actuáis como vasos comunicantes. Garantizáis la interconexión y la información entre las diferentes unidades. Si no hay celadores para llevar a los pacientes a su hora a quirófano, la sesión quirúrgica se retrasa, o se suspende, y se acumula la tarea, o se genera lista de espera. Lo mismo ocurre con el funcionamiento de los diferentes servicios centrales, donde es fundamental el traslado seguro y a tiempo de los pacientes desde y hacia las plantas de hospitalización. Y lo mismo ocurre también en las diferentes áreas de especialización, en urgencias, en los centros de salud, en salud mental, etc. Si no está la persona, o la información, o el material necesario en el momento necesario, se pondrá en riesgo la atención, la seguridad y la calidad.
En efecto, la buena calidad del SNS depende, también, y de forma muy importante, de vuestro trabajo. Por eso os animo a que sigáis formándoos y motivándoos a hacerlo mejor, día a día.
En el trabajo, lo mismo que en la vida, cada uno de nosotros hace la diferencia. Vosotros sabéis bien que no es lo mismo entrar en la habitación del paciente sonriendo que entrar con cara de pocos amigos; no da lo mismo tratar a esta paciente mayor como un número: “la 113”, o como una pieza del cuerpo: “la de la cadera”, que tratarla como una persona y con humanidad; no da lo mismo entrenarse en las tareas específicas y seguir los protocolos consensuados, que improvisar; no es lo mismo procurar llegar a tiempo que llegar tarde; no es lo mismo tratar al compañero con amabilidad que con mala leche. El ambiente cambia, la atención cambia, la precisión y la seguridad en la atención cambian. Y también cambia la eficiencia. Y todo eso depende de nosotros.
Ahora bien, está claro que no todo depende de uno ni de su buena voluntad; uno solo no puede hacer las cosas. Si falta personal, las cosas no van a salir bien. Se necesitan medios adecuados. Se necesita una plantilla suficiente, bien formada y motivada. Se necesita una organización bien diseñada, buenos protocolos y buen liderazgo. Por eso las autoridades sanitarias, los gerentes, y los responsables de personal harán bien si se preocupan por vuestro desarrollo profesional, y por dotar los medios apropiados, apoyándoos para que podáis hacer mejor vuestro trabajo, porque eso irá en beneficio de los pacientes y de la sociedad.
Vosotros, celadores y responsables, formáis parte importante del Sistema Nacional de Salud. Es decir, de una de las organizaciones más necesarias y más útiles de nuestro país. Pero este gran Sistema de Salud está hoy en riesgo de desmontaje. Por eso, aprovechando vuestra invitación a estas Jornadas, quiero transmitiros mi preocupación y pediros vuestra ayuda.
A lo largo de los años la sanidad pública española ha logrado ofrecer una buena atención sanitaria a todos los ciudadanos. Una sanidad universal, con unas prestaciones muy completas, tanto en salud pública, como en atención primaria, y en atención hospitalaria. Una sanidad que se basa fundamentalmente en centros de titularidad y gestión pública. Una sanidad que se financia con el esfuerzo de la mayoría de las personas, con unos impuestos que deberían ser progresivos, aunque, como veremos a continuación, ahora no lo son.
Una sanidad que, todavía, tiene unos excelentes resultados en salud.
En efecto, la esperanza de vida al nacer de más de 83 años en 2016, es la más alta de la UE, una de las tres más altas del mundo, después de Japón y de Suiza, y cinco años más alta que la que EEUU.
Los datos de mortalidad prevenible y tratable están entre los 3 mejores de la UE. Muchos de nosotros lo hemos comprobado personalmente: a mi, el SNS ya me ha salvado la vida 3 veces. Dicho de otra forma, sin la sanidad pública no estaría hoy aquí. No estaría vivo.
Por eso el SNS tiene una buena valoración por parte de la sociedad, un 65% piensa que funciona bien o muy bien. Sin embargo, y aquí empezamos a ver el problema, antes, en 2010, las personas que valoraban bien o muy bien el SNS eran un 74%, 10 puntos más. Y esto es así, porque desde la crisis económica de 2008 se empezaron a producir una serie de recortes que a partir de 2012 afectaron a la sanidad pública de forma severa.
Veamos las grandes cifras. En 2009 el Gasto Sanitario Público alcanzó los 70.700 millones de euros. Si gastáramos hoy lo mismo que en 2009, teniendo en cuenta la inflación de estos años, deberíamos haber dispuesto de 77.000 millones, pero tenemos 67.000, 10.000 millones de euros menos. Y eso es mucho dinero. Eso se nota.
La mayor parte de esa reducción ha sido en gasto de personal. Menos plantillas, con contratos menos estables, con peores condiciones salariales. También se han reducido los equipamientos y las obras de mantenimiento. Hasta hace diez años se decía que los mejores equipamientos, los mejores aparatos, los más modernos, estaban en la sanidad pública. Y era verdad. Ahora los equipamientos más avanzados están a veces en la sanidad privada, porque se ha reducido el gasto en inversiones públicas a un tercio.
Mientras tanto, buena parte del gasto sanitario se va en nuevos medicamentos que tienen unos precios abusivos impuestos por la industria farmacéutica. Así, al mismo tiempo que en los hospitales se reducían las plantillas y el gasto en personal en 2.000 millones de euros, se aumentaba el gasto farmacéutico en la misma cantidad. Y en atención primaria lo que se hizo es trasladar parte del gasto farmacéutico al bolsillo de los pacientes, aumentando los copagos y quitando la financiación pública a más de 400 medicamentos. De esta forma, el gasto de bolsillo en medicamentos ha pasado de 4.200 millones en 2009 a 8.200 en 2016, un 100% de aumento. Esto es privatizar el gasto sanitario. Hacerlo más injusto. Porque se hace pagar al paciente dos veces. Y porque, además, muchos pacientes no pueden pagar: 1.400.000 personas no pudieron comprar los medicamentos recetados en la sanidad pública el año pasado.
Como hay menos personal y menos equipamiento, se disminuye la capacidad de trabajo y de resolución de los centros sanitarios y aumenta el tiempo de espera. Y, lamentablemente, las listas de espera demasiado prolongadas se traducen en más riesgo para los pacientes y en mayor descontento de los pacientes y de los profesionales.
Cuando las listas de espera en la sanidad pública aumentan, quienes tienen medios económicos van a la sanidad privada para acelerar la atención. Y así observamos que el gasto sanitario privado ha aumentado en estos años en la misma proporción que bajaba el gasto sanitario público. Ha pasado de 24.000 millones a 29.000 millones: 5.000 millones más. Es decir, la proporción de gasto sanitario público sobre el total, ha bajado. La sanidad se está privatizando.
Si seguimos con la misma tendencia la sanidad pública dejará de ser un orgullo para todos nosotros. Se convertirá en una beneficencia, una sanidad para pobres. Y el resto, que se pague, si puede, una sanidad privada. El modelo de EEUU.
Pero ¿por qué está ocurriendo todo esto? Sencillamente, por lo que yo llamo la revolución de los ricos.
Durante casi toda la Historia, los más poderosos se han aprovechado de los menos poderosos. Los señores feudales, los grandes propietarios, se han apropiado de la riqueza generada por los labriegos y los trabajadores manuales. Sin embargo, en el siglo XIX, la industrialización, la enorme acumulación de capital por los empresarios y los banqueros, las grandes penurias de los trabajadores y la enorme desigualdad, propició la aparición de un movimientos obreros y campesinos que reivindicaban justicia, mejores salarios, más derechos. El poema de Miguel Hernández sobre el niño yuntero nos lo recuerda. Escuchad algunos fragmentos:
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello
Nace como la herramienta
a los golpes destinado
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
revuelve mi alma de encina
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
Así, durante diez décadas, en la segunda parte del Siglo XIX, y a lo largo de la primera parte del Siglo XX, en medio de las tragedias de la primera y la segunda guerra mundiales, gracias a la lucha surgida del corazón de los jornaleros y los obreros, los capitalistas aceptaron devolver parte de la riqueza a los trabajadores y las clases medias.
Por el miedo a una revolución de los trabajadores, los poderosos aceptaron mejorar los salarios y pagar impuestos. Fijémonos bien, porque esto es importante: a principios del Siglo XX lo ricos no pagaban nada. A lo largo del Siglo XX los ricos fueron obligados a pagar, es decir, a devolver parte de lo que se habían apropiado de la sociedad, en forma de mejores salarios, reducción de la jornada laboral, y pago de impuestos. Y así, el tipo marginal del impuesto a las rentas más altas llegó a fijarse en más del 60, del 70 y del 80% en EEUU y en varios países europeos. De esta forma se pudieron obtener unos ingresos fiscales de hasta el 50% de la renta nacional. Con esos importantes recursos, se pudieron financiar la sanidad pública, las pensiones, las bajas laborales, la educación pública y otros servicios. El llamado Estado del Bienestar.
No nos equivoquemos y que no nos confundan. Sin impuestos justos y progresivos, no hay derechos. Cuando algún político dice que va a bajar los impuestos, es que nos van a quitar algún derecho, y que quienes van a pagar menos dinero son los ricos.
Y esto es lo que empezó a pasar a finales del siglo XX. Lo decía bien claro Warren Buffet, uno de los multimillonarios más ricos del mundo, en una entrevista que le hicieron en 2004: "Claro que sigue habiendo lucha de clases, pero esta la hemos empezado nosotros, y la vamos ganando". Ya no había amenaza de revolución proletaria. Las mejoras en las condiciones sociales y laborales hicieron que muchos trabajadores no sintieran la necesidad de organizarse y defender unos derechos que ya habían conseguido. Pensaron que como pequeños propietarios les vendrían mejor las políticas liberales, con menos servicios públicos. Y, por otra parte, las grandes empresas se hicieron multinacionales, de enorme tamaño, más fuertes que un gobierno nacional y sin estar sometidas a sus leyes. Por eso en los años 80 del pasado siglo los ricos empezaron una ofensiva desde las universidades y los grupos de presión, utilizando los discursos de Hayek, Friedman y Popper, financiando medios de comunicación para promover el neo-liberalismo, y aplicando leyes favorables a los grandes empresarios y los grandes bancos a través de gobiernos propicios, como el de Reagan y Thatcher. Y así, progresivamente, lograron escaparse de pagar impuestos. De tal manera que hoy los ricos no pagan, como pasaba a principios del siglo XX. Hoy toda la carga fiscal la soportan las clases medias y los trabajadores.
Pero, además, las grandes corporaciones financieras querían ganar más y generaron una banca tóxica, especulativa, que provocó la crisis financiera de 2008. En esa crisis los grandes ejecutivos se enriquecieron más todavía, pero los bancos quebraron y hubo que rescatarlos, en EEUU, en Francia, en Alemania, en Inglaterra y también en España. Para rescatarlos les dimos mucho dinero en diferentes tipos de ayudas, más de un billón de euros en toda Europa, más de 100.000 millones de euros en España. Lo peor es que, como no teníamos ese dinero, lo tuvimos que pedir prestado a los bancos, y ellos nos prestaron el dinero que, a su vez, les prestaba a ellos el Banco Central Europeo, o sea nosotros, al 0%.
Parece increíble, pero es así. Muchos ejecutivos de la banca generaron la crisis y se enriquecieron antes, durante y después de la crisis. Es un verdadero robo legal. Es lo que yo llamo la revolución de los ricos.
Lo mismo ocurre en el sector farmacéutico. Son grandes corporaciones multinacionales que imponen precios abusivos, como en el caso de la Hepatitis C: un medicamento que cuesta 100 euros por tratamiento y por el que nos han obligado a pagar 20.000 euros. Imaginaros que nos obligaran a pagar 20.000 euros por un teléfono móvil que costara 100.
El impacto negativo sobre la dignidad y las posibilidades de vida de las personas es tremendo. Como denuncia el Papa Francisco, “Así como el mandamiento “no matarás” pone un límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy debemos decir “no a una economía de la exclusión y la inequidad”. Esta economía mata”.
¿Por qué los gobiernos no lo impiden? Porque estas grandes empresas son más fuertes. Para hacerles frente se necesitaría una gran movilización social, bien organizada, pero la sociedad está fragmentada, atrapada en la pantalla de su teléfono móvil y su watsap. Tratando de sobrevivir con su sueldo de trabajo temporal o de falso autónomo. Ayudándose para acabar el mes con el banco de alimentos o volviendo a vivir a casa de sus padres porque no pueden pagar el piso.
Según una encuesta de la Fundación Foessa presentada el miércoles pasado, un 12% de los trabajadores están en situación de exclusión, es decir, no pueden cubrir sus necesidades básicas, y eso que tienen trabajo. Es el nuevo precariado, en lugar del antiguo proletariado. Pero la diferencia es que los obreros de principios de siglo pasado no tenían nada que perder y se agrupaban para defender sus derechos. Muchos trabajadores de hoy se aferran a los derechos conquistados, aunque se estén desmontando paso a paso, y no se unen. Prima el individualismo y el sálvese quien pueda.
Mientras tanto, los gobiernos no tienen fuerza suficiente porque siguen siendo de ámbito nacional, mientras las empresas son multinacionales. Si ponen una ley fiscal justa en un país, las grandes empresas trasladan su sede fiscal a un país que no les cobre, a un paraíso fiscal. Y contratan potentes bufetes de abogados para que usen los vericuetos legales para desgravar y acabar con impuestos cero. Por eso los ingresos por el impuesto de sociedades en España han caído y, precisamente por eso, no se puede pagar la sanidad pública o la educación, o las pensiones.
Para cerrar el círculo, como los trabajadores y las clases medias ven que han empeorado sus condiciones de trabajo y sus expectativas de futuro, se sienten inseguros y descontentos. Esto no funciona, dicen. Y entonces, para que no se vuelvan contra el poderoso que les está explotando, los ricos manipulan la opinión pública diciendo que la culpa es de los inmigrantes, o de la Unión Europea, o del gobierno municipal o autonómico, o de las mujeres, o de los parados, o de los pensionistas que viven demasiados años, etc., etc. Es decir, crean enemigos entre los pobres, entre los trabajadores y las clases medias para que se peleen entre sí y no vean quién es el verdadero adversario.
Esto no es un invento nuevo de los poderosos de hoy. Ha sido siempre así.
Aquí, en las tierras donde celebráis estas Jornadas, Felipe de Anjou, francés, nieto de Luis XIV de Francia y el Archiduque Carlos, austríaco, hijo de Leopoldo I, se disputaron el Reino de España en la famosa batalla de Almansa. Poco tenían que ver con los intereses de los almanseños los dos ejércitos que el 25 de abril de 1707 combatieron sobre estos campos regándolos de sangre. El duque de Berwick comandaba a los franceses, y el duque de Galway, junto con el Marqués das Minas, a la coalición de austríacos, holandeses, ingleses y portugueses. En esta batalla se disputaban el poder las casas reales de varios países, y también querían su parte los nobles de los diferentes territorios de España apoyando a los franceses o los austríacos. No se discutían los intereses ni las condiciones de vida de los campesinos, de los artesanos, de la gente sencilla, ni de los de Almansa, ni de los de Francia, ni de los de Austria, ni de los de ningún país. La guerra y los ejércitos arrasaron estas tierras y arruinaron las cosechas y los ganados, provocando la hambruna de los almanseños, centenares de soldados muertos y mutilados, miles de familias destrozadas. En cambio, lejos de allí, Felipe V sería rey de España y poco después Carlos VI sería emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, disfrutando los dos de los placeres de sus cortes y de los tributos de los pobres.
Estas guerras no eran para defender los derechos de la gente, para mejorar sus condiciones de vida. Eran para reforzar los privilegios de los nobles y los reyes.
Ahora los poderosos repiten la táctica. Financian grupos populistas que enarbolan la bandera de los nacionalismos, echando la culpa a los trabajadores y los pobres de los otros pueblos, las otras regiones, los otros países. Cuando la culpa de la desigualdad, de la precariedad, de los bajos salarios, del deterioro de los servicios públicos, no la tienen los trabajadores, ni los pensionistas, ni las mujeres, ni los inmigrantes. La culpa es de los poderosos que no pagan impuestos y utilizan su poder de monopolio para fijar precios abusivos, aumentando de forma escandalosa su riqueza. Estos son los adversarios que están poniendo en riesgo la sanidad pública y quieren convertirla en un negocio para ganar más dinero todavía.
Pero, ¿Qué podemos hacer nosotros?
Para volver a recuperar unos salarios dignos y unas condiciones de trabajo estables y motivadoras. Para garantizar una sanidad pública de calidad y para todos. Para asegurar unas pensiones suficientes. Para que la educación pública recupere su calidad. Para ofrecer un futuro mejor a nuestros hijos y nuestros nietos, es preciso que cada uno de nosotros haga un esfuerzo. Un esfuerzo personal, pero también un esfuerzo colectivo.
Un esfuerzo en su ámbito personal, día a día, con nuestras decisiones de consumo responsable, y con el compromiso de un trabajo bien hecho.
Un esfuerzo en nuestro ámbito laboral, asociándonos, como hacen ustedes al organizar estas Jornadas Nacionales. Sumando fuerzas, ideas, perspectivas. Compartiendo. Buscando construir un futuro mejor, una sanidad mejor. Y hacerlo no solo en el ámbito nacional, sino también en el europeo, porque como he dicho, los poderes económicos son multi-nacionales.
Y también, un esfuerzo en los foros de opinión, en la prensa, en iniciativas ciudadanas y en las organizaciones políticas o sindicales, movilizándonos para defender la sanidad pública una y otra vez.
Porque si sumamos fuerzas podemos cambiar las cosas.
En Castilla-La Mancha, hace unos años, nos unimos y dimos la batalla por el Hospital de Almansa. Primero para que se construyera y se pusiera en funcionamiento. No fue fácil. Pero finalmente, después de las transferencias, el Gobierno de Castilla La Mancha impulsó y realizó este proyecto.
Después, con el cambio de Gobierno se intentó privatizar la gestión del hospital. Y tuvimos que volver a movilizarnos. Recuerdo un acto precisamente en este mismo teatro, con Paco Doñate, en el que defendíamos la gestión pública, integrada, para garantizar que el hospital siguiera adelante como un servicio público para todos. Y también ganamos esa batalla.
Cuando las personas suman sus esfuerzos, con un objetivo claro, pueden lograr el éxito. Por muy difícil que sea. Por eso tenemos que sumar esfuerzos para mantener y mejorar un Sistema Sanitario Público de calidad y para todos. Tenemos que exigir una financiación sanitaria suficiente, recuperando y mejorando la que alcanzamos en 2009 y 2010. Y para ello debemos exigir a todos los gobiernos, coordinados en la Unión Europea, que eliminen el fraude fiscal y apliquen unos impuestos reales progresivos, donde pague más quien más tiene.
Y en esta lucha, en este noble proyecto de mantener y mejorar la atención sanitaria como un derecho de todas las personas, los celadores y responsables tenéis también mucho que decir. Por eso os pido vuestra ayuda, vuestra reflexión, y vuestra movilización cuando sea necesaria, sumando fuerzas con otras compañeras y compañeros sanitarios, y con el conjunto de la sociedad.
Entre todos podemos lograrlo.
Termino ya, leyendo este poema que escribí hace unos años
¿POR QUÉ NO PUEDO YO SOÑAR?
Si volar por el aire en un pájaro de hierro
sobre los verdes valles y sobre aquellos cerros no es solo un sueño,
¿por qué no puedo yo soñar?
Si hablar contigo desde Sofía,
y oír tu voz como si estuvieras a mi lado no es imposible,
como tampoco lo es
tomar el corazón desde el costado de un hombre fallecido
y plantarlo a que dé vida a esta mujer,
que casi ya se moría,
¿por qué no puedo yo soñar?
Si el Moisés de Miguel Ángel y el Cristo de Goya
y la Novena Sinfonía
no son sólo fantasía sino que de verdad son
y han nacido de las manos de mujeres y hombres
paridos de madre como tú y como yo,
¿por qué no puedo yo soñar, vida mía,
que una mañana al alumbrar el sol al firmamento
se quedará boquiabierto porque ningún niño, ningún viejo,
ni nadie
ha muerto de hambre en ese día?
Por qué no puedo yo soñar que en ese día inesperado
ningún hombre, ningún muchacho, ni ningún soldado,
ha muerto clavado de un disparo.
Soñar también que ninguna mujer
fue violada en el atardecer
de ese día misterioso.
Soñar que nadie se desespera ni humilla ante nadie
por conseguir un trabajo que le dé de comer.
¿Por que no puedo yo soñar
en una tierra imaginaria
donde todos los pueblos dibujen
(de una puñetera vez
y para siempre)
una paz entera y planetaria?
¿Por qué no puedo yo soñar hoy,
si tú me has querido tanto
siendo yo como soy?
Soñaré este sueño porque me da la gana
y soñaré que un día
(gracias a nuestro esfuerzo tozudo y cotidiano)
el sueño dejará de ser sueño
y lo imposible habrá sido
como han sido ya verdad
y lo están siendo
tantas y tantas cosas
vida mía.
Almansa, 10 de mayo de 2019