Hace pocos días José Juan Toharia mostraba los datos del
Barómetro de Confianza Institucional de los españoles (El País 24 de agosto
2014, pág 16). En un solo año, entre julio de 2013
y julio de 2014, la confianza en la sanidad pública, se ha desplomado, pasando de un 73% a un 49% de aprobación. Una caída de 24
puntos, tremendo.
El deterioro de la sanidad es objetivo y la gente lo percibe (menor cobertura, aumento del
tiempo de espera, desplazamiento a centros concertados en otras áreas, pérdida
de personal y tiempo de atención, peores materiales de cura, repagos en
medicamentos, cierre de plantas, camas en los pasillos, etc.). Este deterioro es consecuencia de los recortes y la pérdida de apoyo del gobierno de España y de
algunos gobiernos autonómicos, y se traduce en preocupación (como refleja el
Barómetro del CIS, comentado en otro post), y en peor valoración. Las previsiones del gobierno de recortar aún más los presupuestos sanitarios públicos (otros 10.000 millones de euros, hasta reducirlo al 5,3% del PIB en 2017) hacen presagiar un desastre (si se acabaran cumpliendo).
Estas políticas se intentan justificar con el discurso de la
“insostenibilidad” del sistema, de la ineficiencia de lo público y erosionan un día sí y otro no la
confianza de la sociedad. Frente a ello puede haber dos reacciones. Una, la falta de aprecio, el rechazo a la
sanidad pública y la búsqueda de alternativas privadas (el sálvese quien pueda). Pero también puede
traducirse en una reacción social, ciudadana y de los profesionales sanitarios en defensa de la sanidad pública. Depende de cada uno de nosotros.
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