Comentaba con unos compañeros la carta que había
publicado Donald Tusk sobre el nuevo gobierno norteamericano y me preguntaron: ¿Quién es Donald Tusk?
Este es un problema: la mayoría de los europeos no saben quién es Donald Tusk. Europa no tiene claro el
liderazgo, la dirección política. La Unión Europea, después de casi 70 años de
existencia, no acaba de nacer como unión política y económica de verdad. Y una
muestra es que tiene, al menos, tres cabezas de gobierno. Por una parte el
Presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk. Este organismo reúne a los Jefes
de Estado o de Gobierno de los países de la UE, normalmente cada tres meses,
para establecer las “agenda política” y orientar la política exterior y de
seguridad común. Pero este órgano no legisla, no “manda”. Por otra parte el
Consejo de la Unión Europea es el órgano que reúne a los ministros nacionales
de cada ramo, y ahí se toman las decisiones importantes. Este Consejo de la
Unión Europea lo preside por turno rotatorio de seis meses el Jefe de Gobierno
de un país; ahora es el Primer Ministro de Malta, aunque aquí el peso lo tienen
los países grandes y singularmente Alemania, la Sra Merkel. Finalmente está el
Presidente de la Comisión, Jean-Claude Juncker. La Comisión ejecuta las
políticas aprobadas por el Consejo de la UE y hace propuestas. Una tricefalia
en la que los Presidentes del Consejo Europeo y de la Comisión los eligen “de
facto” los Jefes de Gobierno, lo que reduce su representatividad democrática.
Esta estructura fue necesaria, seguramente, en
el origen de la UE. Cuando salíamos de dos guerras mundiales en las que
alemanes, franceses, belgas, italianos, y soldados de uno y otro país, nos
habíamos destripado en las trincheras. Pero han pasado muchos años y son ya
tres generaciones de europeos que no hemos peleado entre nosotros en guerras
fratricidas. Y la situación del mundo ha cambiado también. Debemos decidir: o queremos
una Europa que funcione, y entonces hemos de refundarla, dotándola de una
estructura operativa y democrática (elecciones parlamentarias europeas, con un
Parlamento que legisla y que elige al Presidente del Gobierno Federal Europeo, y un
Gobierno que tome decisiones eficaces, y que cuente con un presupuesto
suficiente, como cuenta el Gobierno de los EEUU), o nos disolvemos
educadamente, siguiendo el camino del Brexit.
El otro problema es el programa político, las
prioridades, el discurso. La orientación política de estos últimos diez años ha
sido la neo-liberal, de acuerdo con la ideología de la mayoría de los gobiernos
de los países de la UE. Esas políticas no impidieron la crisis financiera y no
han sido capaces de corregir sus efectos. Las clases medias se han empobrecido.
La desigualdad ha aumentado. El fraude fiscal suma un billón de euros anuales.
Los organismos de la UE han seguido avalando los recortes de los servicios
públicos (sanidad, pensiones, educación pública). Hay una transferencia de
rentas de los más débiles, de los trabajadores y profesionales, de las pequeñas
empresas, a las grandes corporaciones, a las grandes entidades financieras y
las grandes fortunas. Se rescató a los banqueros y se desahució a los ciudadanos.
Es un escándalo que el presidente de la Comisión durante diez años, Durao
Barroso, haya sido contratado por uno de los mayores Bancos relacionados con la
crisis financiera, el Goldman Sachs. Y no pasa nada. No ha habido una
modificación urgente de las leyes para que esto no vuelva a ocurrir.
El señor Tusk señala los riesgos para Europa,
riesgos externos y riesgo internos. Pero no hace un buen diagnóstico. No
analiza las consecuencias negativas de las políticas que se han llevado a cabo.
El euroescepticismo de tantos es precisamente la respuesta a esas políticas que
han salvado a los bancos y condenado a la gente normal. Esas políticas son las que
necesitan un cambio radical. Después viene la xenofobia, después vienen los
Brexit y los populismos. Esos no son la causa. La causa es una desigualdad que
se basa en el enriquecimiento obsceno de unos pocos. Trump quiere construir su
muro, pero nosotros ya hemos construido muchas vallas.
Si en Europa hay miles de personas que no
pueden acceder a los medicamentos que necesitan, y sabemos que las empresas
farmacéuticas cobran precios muy por encima (1.000 veces, 10.000 veces más) de
lo que cuestan esos medicamentos, y vemos que los Gobiernos nacionales y las
instituciones de la UE no toman medidas drásticas inmediatas, sino que ponen en
marcha grupos de trabajos, entonces la gente dice, con razón, que la UE no
sirve.
Si hay grandes empresas que cambian su
domicilio fiscal a otro país de la UE (Irlanda, Luxemburgo, Malta) para pagar
menos impuestos, o no pagar, y no pasa nada, entonces los ciudadanos piensan
que la UE no sirve.
Es evidente que la UE ha logrado enormes
logros a lo largo de su historia. El primero la paz. Desde hace 70 años no nos
matamos en guerras mundiales europeas. Solo por esto ya mereció la pena.
Durante muchos años también sirvió de motor económico e impulsó los derechos humanos.
Pero ahora ve insensible cómo se vulneran esos derechos, como en el caso del
acceso a los medicamentos, o la atención a los refugiados, y no pasa nada.
Ahora ve cómo otras regiones del mundo se organizan y diseñan estrategias económicas
a medio y largo plazo, y la UE no tiene estructuras sólidas de política
económica, fiscal o laboral. No es válido ya este esquema. Los derechos sociales y las libertades conquistadas a lo largo del Siglo XX están en riesgo. Ya no vale el “business
as usual”.
Necesitamos otro proyecto de Europa que nos
conmueva, que nos emocione y nos convoque a un futuro mejor, solidario, seguro,
sólido. Una cabeza y un discurso de progreso y de igualdad que defienda los derechos humanos y la dignidad de todas las personas.
Sabemos quien es Donald Trump y lo que quiere.
Los europeos necesitamos un Presidente de un Gobierno Federal Europeo reconocible, con
capacidad ejecutiva para responder a los grandes desafíos del Siglo XXI, y
necesitamos también que ese gobierno quiera llevar adelante un proyecto progresista que nos una
y nos ilusione, un proyecto a favor de la ciudadanía y no de unos pocos. La solución no vendrá del cielo. Deberemos construirla con mayorías sociales que tengan fuerza suficiente. Depende, pues, de cada uno de nosotros.
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