He visto este artículo en The New York Times y me suena fatal. Unas
pastillas, utilizadas en personas diagnosticadas de esquizofrenia, que emiten
señales para que los médicos y familiares puedan comprobar si las has tomado o
no. ¿El Big Brother de George Orwell vigilándote desde dentro de tu propio
cuerpo?
Al parecer, la agencia de medicamentos norteamericana, Food and Drug
Administration (FDA), ha aprobado la primera pastilla digital.
Esta pastilla tiene "embebido" un componente que actúa como
"sensor", y transmite una señal a un dispositivo que se coloca en la
superficie del tórax de la persona que toma la medicación. A su vez este
dispositivo transmite la información a un teléfono móvil a través de Bluetooth y desde ahí, mediante una app, se comunica a las
personas autorizadas por el usuario: los médicos y hasta otras cuatro personas
(familiares u otros). De esa forma se puede comprobar si la persona toma la
pastilla, día y hora de la ingesta, y monitorizar así la adherencia al tratamiento.
El usuario tiene que aceptar voluntariamente este dispositivo, mediante la firma de un consentimiento.
Pero lo llamativo es que la primera pastilla donde se prueba es en un
medicamento prescrito en personas con diagnóstico de esquizofrenia o de
trastorno bipolar.
Se trata de Aripiprazol, que se comercializa como Alibify y otros nombres genéricos.
La compañía Otsuka Pharma habría conseguido la exclusividad para embeber
el sensor fabricado por Proteus Digital Health y comercializaría el
"nuevo" medicamento como Alibify MyCite. Previsiblemente a un precio
más alto que Alibify y los genéricos de aripiprazol.
Partidarios de esta pastilla digital dicen que es para mejorar la "adherencia" al
tratamiento. Argumentan que la persona tiene que dar su consentimiento por
escrito, y que en cualquier momento puede bloquear el acceso de cualquiera de las personas
autorizadas a monitorizarle.
Sin embargo, esta nueva forma de vigilancia a través de la ingesta
de un sensor embebido en una pastilla suscita dudas éticas que habría que
plantear. Especialmente en personas diagnosticadas de esquizofrenia.
Por un lado, la voluntariedad al aceptar, y capacidad de suspender el seguimiento
por parte de la persona que toma el medicamento. ¿No puede ser una forma de
ejercer coerción sobre la persona diagnosticada, en una situación de relativa vulnerabilidad?
Por otro lado, la pérdida de privacidad.
En tercer lugar, la inconveniencia de usar precisamente esta forma de
fomentar la adherencia al tratamiento en personas que pueden tener percepciones
alteradas, usando unas pastillas que emiten señales desde el propio cuerpo, y
van a médicos y familiares, que monitorizan desde fuera el comportamiento del
usuario. No me parece prudente.
Creo que el tema merece una reflexión y una valoración por personas
afectadas, familiares y profesionales.
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