La primavera se fundió con el otoño
y el verano nos dejó el vago recuerdo
de una estación que apenas fue.
Las hojas caídas de los árboles
dibujan alfombras de colores
rojizos y ocres en el suelo
mientras las nubes blanquigrises
ocultan y tamizan los rayos del sol.
Camino por la calle
en un paisaje de máscaras.
Todos llevamos la cara tapada
como los bandidos.
Solo se ven los ojos y la frente.
No son ojos alegres.
Muchas personas tienen miedo.
Este virus es muy traicionero
y sigue matando.
Caminamos separados
a la distancia de seguridad.
Algunos tienen nostalgia
de los achuchones de sus nietos,
las cenas con los amigos,
los abrazos, los besos
o ese viaje que no pudo ser.
Otros sufren en silencio
porque les han despedido del trabajo
y hoy no tienen ni para comer.
En otros se adivina el dolor
de haber perdido a un ser querido
sin haber podido siquiera despedirse.
Y en muchos hay una pregunta
una duda en los ojos
que no oculta la máscara.
¿pudo evitarse esta vez?
Porque, después de la primera ola
se esperaba que las autoridades sanitarias
hubieran tomado las medidas necesarias
para evitar una nueva pesadilla.
Y no ha sido así. No se tomaron las medidas.
No se reforzó la atención primaria
no se reforzó la salud pública
ni contrataron los rastreadores,
no reforzaron los hospitales
que estaban agotados.
Y esta mañana, querido doctor, médico amigo,
por encima de la mascarilla quirúrgica
tus ojos me clavaban su tristeza
cuando me atendías con el cariño
y con la precisión de siempre.
“Lo dimos todo -me decías- sin protección
sin medios, noche y día, ¡todos!
sin excepción,
enfermeras, médicos, administrativos,
celadores, personal de limpieza…
nos jugamos la vida. Dos compañeros
murieron en la primavera. Pero ahora…
Tenían que habernos apoyado,
y en vez de completar las plantillas,
nos ofrecen contratos basura,
de tres meses. Siguen sin organizar
los circuitos de atención
para evitar los contagios.
¡Y no nos escuchan! ¿qué está pasando?
En primavera pensé que todos seríamos mejores
que nacería un mundo nuevo de ese dolor
pero ahora siento impotencia,
desesperanza”.
Tus ojos tristes se clavan en mi alma
y siento crecer en mi una indignación profunda
una rabia que me pide levantar la voz para decir
que no hay derecho, para exigir
que las cosas deben ser de otra manera.
Pero te pido, por favor, que no te rindas.
Tenemos que seguir luchando.
Esta racha pasará tarde o temprano
y los enfermos te necesitamos,
os necesitamos.
¡Qué triste este otoño
si al verse reflejado en tus ojos cansados
no consigue atisbar una lucecita de esperanza!
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