Alesha Kimi, una niña de 22 meses, falleció por COVID en un pueblo de Indonesia este mes de agosto. Podía haberse evitado. Como ella, morirán por COVID en el mundo en este mes de agosto, más de 250.000 personas. Podía haberse evitado si los países del mundo, reunidos en Naciones Unidas, hubieran decidido un abordaje global, justo y eficiente de la pandemia, en beneficio de toda la humanidad. Sin embargo, la respuesta a la pandemia ha sido nacionalista, cortoplacista, en sintonía con los intereses de las grandes corporaciones farmacéuticas y los grandes gestores de fondos de inversión. El resultado de este enfoque es que, en parte del mundo, el mundo rico, se ha vacunado ya a más del 50% de la población, y en otra parte del mundo, el mundo pobre, no se ha vacunado más que al 1-2% de la población. Esta situación facilita que el virus siga mutando, apareciendo nuevas variantes, que se siguen cobrando vidas de niñas inocentes como Alesha.
¿Por qué no hemos afrontado esta pandemia como lo que es, un problema global, y hemos respondido con perspectiva localista, “a diferentes velocidades”, según los niveles de renta del país? ¿Nos falta conciencia de especie, de que todos somos hermanos? ¿No nos damos cuenta que todos somos iguales de raíz, que todos los seres humanos tenemos derecho a la máxima salud posible y que todos merecemos el acceso a los servicios sanitarios y los medicamentos?
Estos días leía a Francisco Fernández Buey, filósofo comprometido, quien destacó la obra de Bartolomé de las Casas como la “más importante aportación del pensamiento hispánico del siglo XVI a la primera configuración de una conciencia de especie en el marco de la cultura europea”. Y cita al fraile: “Todas las naciones del mundo son hombres … todos tienen entendimiento y voluntad, todos tienen cinco sentidos exteriores y sus cuatro interiores se mueven por los objetos de ellos; todos huelgan con el bien y sienten placer con lo sabroso y alegre, y todos desechan y aborrecen el mal”. El mismo sentimiento expresa Shakespeare años después en su precioso monólogo de Shylock. Es verdad que desde entonces hasta ahora la humanidad ha dado pasos muy importantes, entre otros, no menores, la abolición de la esclavitud. Aunque siga habiendo explotación de millones de trabajadores en condiciones infrahumanas, hay un rechazo mayoritario a esas situaciones, nos repugna a la conciencia. Los organismos internacionales, surgidos después de la segunda guerra mundial, como la Organización Mundial de la Salud, nos hacen sentir parte de un todo y nos animan a la cooperación. Pero estas estructuras políticas multilaterales no tienen, todavía, fuerza bastante para contrapesar la fuerza de otras entidades económicas multinacionales, que ya han consolidado un enorme poder. Es preciso avanzar en un sistema de gobernanza mundial que permita un nuevo equilibrio, decidiendo en beneficio de toda la humanidad.
“Los líderes políticos y corporativos deben hacer una elección -escribía el Director General de la OMS, Dr Tedros, en Time, el pasado 12 de agosto-. ¿Quieren el pequeño grupo de países y compañías que controla el suministro de vacunas correr el riesgo de la aparición de nuevas variantes, con innecesarias olas de muerte, pérdida de empleos e inseguridad en todas partes? ¿O quieren terminar la pandemia y promover una verdadera recuperación global?” La respuesta nos la vienen dando desde hace más de un año: quieren lo primero. ¿Por qué? En el mismo artículo el Dr Tedros da la respuesta: “Se va a ganar muy poco con un pequeño número de compañías haciendo grandes ganancias si el mundo continúa perdiendo billones de dólares, entrando y saliendo de severas restricciones para sus poblaciones”. Esta es la clave, Dr Tedros: ¿quién va a ganar muy poco? ¿el conjunto de la humanidad? Pero hay otros que van a ganar mucho. Y pueden más los objetivos de ganancia de los directivos de unas pocas empresas que el sufrimiento, o la pérdida de billones para el conjunto de la población. Estas empresas tienen mucha fuerza, y por eso pueden convencer a sus gobiernos de que, en el dilema que usted plantea, opten por decisiones que conducen a no terminar la pandemia. Es decir, les convencen de que la mejor manera “para todos” es privatizar el conocimiento científico, a través de patentes, y conceder monopolios de explotación de las vacunas, como “bienes privados”, porque así, según afirman, se incentivará la investigación, aunque lo que realmente ocurre es lo contrario. Los monopolios permiten fijar precios abusivos y limitan la capacidad de producción de vacunas mundial, por lo que no hay vacunas para todos, pero se maximizan las ganancias de los monopolistas. En este escenario, los países más ricos acaparan las vacunas, compitiendo a ver quién es el que tiene más proporción de población vacunada con dos dosis, y quién va a ser el que antes vacune antes con la tercera dosis. Conviene insistir: mientras estos países han vacunado a más del 50% de sus poblaciones, millones de personas en países de bajos ingresos todavía no han recibido la primera dosis. Miles de profesionales sanitarios, personal de riesgo, personas vulnerables y mayores están sin vacunar en esos países, cuando la UE ya ha reservado la 3ª, 4ª 5ª y 6ª dosis, a precios abusivos. No es inevitable. Es una opción.
El Dr Tedros plantea una solución urgente: aumentar las donaciones voluntarias a través de COVAX. Pero esto no ha funcionado. Hasta ahora se han administrado menos del 5% de dosis totales a través de COVAX, porque las empresas venden a los que pagan precios más altos, y los países con altos ingresos acaparan las dosis. También plantea una solución a medio plazo, la suspensión de patentes, la transferencia de tecnología al Fondo para acceder a tecnologías COVID de la OMS (C-TAP), y el aumento de la producción mundial. Pero el mismo Dr Tedros constata que, aunque la mayoría de países apoyan esta propuesta, un pequeño número, que ya han vacunado a la mayoría de sus poblaciones, se opone, sobre la base de que es más rápido usar licencias voluntarias. Podría ser más rápido, teóricamente, si las empresas quisieran, pero no han querido, por lo que, en los últimos 12 meses, no se ha cedido la tecnología a la C-TAP de la OMS y, a través de ella, a todas las empresas que podrían fabricar vacunas. Es un hecho. Esta fórmula de cesión voluntaria tampoco ha funcionado.
¿Cuál es la alternativa? Los países (incluida la Unión Europea y EEUU) podrían llegar a un acuerdo urgente para se haga la cesión obligatoria de tecnologías COVID, con las compensaciones que sean razonables (inversión realizada, auditada; beneficio industrial en la media del sector industrial), lo que permitiría duplicar la producción. Entretanto, la producción actual de vacunas se podría distribuir a los países con menores tasas de vacunación, a precio de coste de fabricación. Una distribución equitativa global, lo mismo que se ha podido hacer en el seno de la Unión Europea. Estas decisiones permitirían acabar con la pandemia. Pero no se tomarán, porque la Unión Europea seguirá bloqueándolas, presionada por los grupos de poder económico. Para cambiar el equilibrio de fuerzas hace falta tiempo. Hace falta hacer visibles estas injusticias, hace falta que la muerte de Alesha, y la muerte y el dolor de miles, no nos dejen indiferentes, y hace falta crear conciencia de que hay alternativas, de que es posible una respuesta ética y, además, eficiente. Son muchas iniciativas que vienen impulsando ese cambio, The People’s Vaccine, la Iniciativa Ciudadana Europea “Right2Cure”, Médicos sin Fronteras, Health Action International, Knowledge Ecology International, Salud por Derecho, No es Sano, Asociación por un Acceso Justo al Medicamento, Plataforma de afectados por la Hepatitis C, medicusmundi, la propia OMS, la Secretaría General de Naciones Unidas y otras muchas.
El cambio es posible. Y depende de cada una de nosotras y nosotros. Paso a paso.
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