En las ciudades no hay muchos animales. La fauna es más bien
escasa. Predominan los humanos que, en general, no muerden.
He visto niños que han mordido a otro en una rabieta. Pero
no es común que los adultos ataquen a otro adulto con las fauces. Suelen usar
los puños o patadas. En ocasiones usan armas de fuego.
Si uno va paseando por la calle puede ver algunos perros.
Son mamíferos domesticados. No atacan a los seres humanos, salvo en contadas
excepciones. Suelen ir con una cadena alrededor del cuello y una correa que los
sujeta a su amo. A veces van sueltos y corretean por el parque; entonces da
gusto ver su agilidad, su rapidez, el movimiento armónico de sus músculos. Si
encuentra otros animales de su especie se acerca y juguetea un rato. Husmea. Se
tensa, reacciona en función del sexo, la edad, y la actitud del otro individuo.
En ocasiones he encontrado algún perro abandonado. Va por su
cuenta. Vagabundo. Otras veces he visto grupos de perros que van a la caza por
la ciudad. Pueden ser peligrosos. Se da con más frecuencia en ciudades pobres.
Entonces los perros están flacos, y tienen hambre. Pueden atacar al humano, por
rabia o por comida, como si estuvieran desesperados.
También he visto gatos. En este caso se ven con más
frecuencia por la calle sin collar y, seguramente, sin dueño. Sobreviven
comiendo restos de basuras. A veces van en grupo, pero en general no atacan al
humano. En muchos otros casos viven domesticados en las casas. El gato es
animal de compañía, se deja acariciar, se acurruca, ronronea en el regazo de su
dueña. Pero no suele acompañar de paseo al humano. Va por su cuenta. Hace sus
correrías y vuelve a casa. En ocasiones los humanos le castran para que no
pueda reproducirse y sea menos agresivo.
A veces los gatos cazan ratones o ratas. Las ratas viven en
las ciudades, pero no se las suele ver. Están en los subsuelos, en las
alcantarillas. Viven en la oscuridad. Ahí se reproducen y se buscan la vida.
Salen con cuidado para encontrar su comida en la basura. A veces atacan al
humano, sobretodo si está dormido o es pequeño. En caso contrario suelen
alejarse. Algunos humanos capturan ratas para comérselas, si tienen mucha
hambre. Otras veces les he visto usarlas en experimentos, entrenándolas para
comer pedacitos de queso y aplicándoles corrientes eléctricas, o estudiando sus
genes.
He visto también caballos en la ciudad. Antiguamente se
veían más, pues era un medio de locomoción. Ahora los usa la policía montada.
Están domesticados. Obedecen las indicaciones del amo con los movimientos de
las riendas que tiran de una barra metálica que se coloca entre los dientes del
animal. Además el amo le da golpes en la barriga con sus tacones armados con
espuelas de manera que el animal entienda las órdenes para moverse o correr, y
no le pierda respeto. No hay que
olvidar que el caballo fue al principio un animal salvaje, y que es más grande
y más fuerte que el humano, y podría rebelarse.
Todos estos animales son mamíferos. También lo es el humano
en su actual estado de evolución. Todos pueden domesticarse en algún grado.
Además he visto pájaros. Los hay de muchos tipos. Aunque
puede haber pájaros domesticados en las casas, encerrados en pequeñas cárceles
que llaman jaulas, a veces con adornos y formas bonitas, la mayoría de los
pájaros no viven en cautividad, sino al aire libre. En la calle. Se alojan en
los árboles de las avenidas y los jardines. Ahí hacen sus nidos. Bajan a comer,
según sus gustos, a los basureros o a los prados verdes. A veces los humanos
les tiran miguitas de pan, sobretodo a las palomas. He visto gorriones,
cotorras, muchas palomas, algunas gaviotas, si la ciudad está cercana al mar, y
también cigüeñas. En ocasiones he visto volar murciélagos, al atardecer, en
algún lugar apartado.
Los pájaros silvestres van a su aire. En general no atacan
al humano. No he visto pájaros atacar al humano en la ciudad, como en la
película de Hitchock. Al revés, los pájaros alegran la ciudad con sus trinos y sus cantos
alegres. Sin embargo, cuando son muchos el humano les ataca para que sus
excrementos no ensucien las casas y las calles.
En cuanto a los peces, ¿qué decir?. Los he visto en peceras,
que son recipientes de cristal llenos de agua. Estos son peces pequeños, de
colores, que nadan en su pequeña piscina de cristal para solaz de sus dueños,
porque son bonitos y tienen unos movimientos suaves, transparentes. Les dan de
comer bolitas de pienso. También viven, silvestres, en los ríos que atraviesan
las ciudades, o en algún estanque de jardín. Parecen tristes.
Poco más. La fauna urbana es escasa, como puede verse.
Habría que descender en escala para ver muchos más.
Entonces vemos cucarachas y hormigas. También moscas y
mosquitos, que nunca faltan, sobretodo en ciudades donde hay más calor. Son
animales pequeños. Se buscan la vida en los rincones. Las hormigas no suelen
atacar al humano, salvo que esté muerto. Las cucarachas quieren sobrevivir
entre las tuberías y las esquinas de las casas. Los mosquitos sí que atacan al
humano. Son los más valientes. Chupan la sangre y dejan una pequeña herida en
forma de picadura, un puntito que se hincha y duele. No mucho, pero molesta. De
esa misma clase son las avispas y las abejas, que aparecen cuando hay jardines
y también pueden picar al humano causándole dolor. Excepcionalmente pueden provocar una reacción alérgica y
matar al humano, aunque no se lo hubieran propuesto.
En un reino más pequeño todavía están las bacterias y los
gérmenes. No se ven a simple vista. Pero están. Viven en cualquier parte. En
los propios humanos hay verdaderas colonias, en su sangre, en sus pulmones, en
su intestino, en su nariz, en su boca… Al hablar salen despedidos millones de
gérmenes que entran en la boca y en la nariz de las otras personas y conviven
con sus habituales pobladores y luchan por sobrevivir adaptándose al huésped.
A veces las bacterias matan al humano. Seguramente en las
ciudades son los animales más peligrosos. Mucho más que los perros salvajes que,
como he dicho, suelen ser pocos. Los gérmenes son verdaderos ejércitos, millones,
y cuando en un ser humano atacan, puede ser fatales. Le pueden producir
irritación de las mucosas, le pueden destruir células vitales, le pueden causar
tos, diarrea, vómito hemorrágico, terribles dolores, y la muerte. Para
defenderse el humano ha desarrollado un sofisticado sistema inmunitario con
células tan pequeñas como las bacterias especializadas en luchar. Además
utiliza algunas medicinas.
Hay otros muchos animales que no vemos en su estado natural,
es decir, vivos. Pero los vemos muertos,
y nos los comemos. Me refiero a los pollos, los conejos, los cerdos, los
corderos, las vacas y otros animales que vemos ya muertos en las carnicerías y
los supermercados, despiezados, en bandejitas con etiquetas, y que compramos
para hacer cocido o paella y alimentarnos con sus proteínas y sus grasas, y de
esa manera poder sobrevivir.
Además de esta fauna están los propios humanos. A diferencia
de los demás animales, que van totalmente desnudos, los humanos se cubren con
ropas diversas. Pantalones y faldas de cintura para abajo, sujetas con correas
o botones. De cintura para arriba camisas, blusas, chaquetas y otras prendas,
sujetas con botones o cremalleras. Los humanos se cubren la piel por frío o por
pudor. Los otros animales no tienen pudor, aunque sí pueden pasar frío y buscan
abrigo de la mejor manera posible. Pero no pueden hacerse vestidos a sí mismos.
Las ciudades son prácticamente humanas. No hay mucha fauna
viva y, salvo los gérmenes, es una fauna relativamente domesticada.
Se ha sabido que el humano es el animal más peligroso para
otro humano.
Ha perdido rasgos externos de violencia pero sigue siendo
violento. Sin embargo la mayor parte de los seres humanos son bastante
pacíficos. Es curioso verles caminar con sus pies cubiertos con zapatos o zapatillas
y unos finos cables que les salen de las orejas y se hunden en el pecho debajo
de la ropa. Cuando les sonríes, suelen contestar con una sonrisa o un ligero
cabeceo. Suelen respetar a los mayores de su especie, pero no siempre.
No tiene colmillos afilados porque, como hemos comprobado,
no tiene que atacar con las fauces a su enemigo y desgarrarle el cuello, como
el tigre salvaje, o el lobo. No tiene garras en las manos y en los pies, porque
no tiene que rasgar la dura piel de su presa. ¿Quién le puede atacar en la
ciudad? Además, hace ya muchos siglos que el humano supo utilizar las
herramientas y las armas. Palos, lanzas, piedras, más adelante espadas, luego
pistolas y fusiles, bombas… de manera que pudo vencer a cualquier otro animal
por grande que fuera, elefante, tigre, león, cocodrilo, ballena, tiburón,
águila, sin necesidad de colmillos ni garras. Nadie pudo vencerle. Si lo hacía,
otro humano buscaría venganza.
Pero el verdadero peligro para el humano, en la ciudad, es
otro humano.
No he visto muchas peleas con sangre, con pistolas o cuchillos.
He visto a un conductor de un vehículo motorizado pelear con otro conductor, a
puñetazo limpio porque le había hecho gestos obscenos a través de la ventanilla.
También he visto a un hombre sacar una barra de hierro y golpear la cabeza de
su víctima. He leído que hubo un tiroteo a la salida de una discoteca. También
que unos ladrones al entrar en el piso de un matrimonio ataron a la pareja y a
sus hijos. En alguna ocasión, en el forcejeo, les pegaron, e incluso les
mataron.
Cada día hay algún muerto en la ciudad por manos de otro
humano. No son muchos. Pero salen cada día en las noticias. En alguna ciudad
norteamericana, algún humano ha entrado en una escuela con pistolas y rifles y
ha matado a niños inocentes, 20 niños y varias profesoras. Es terrible. Uno no
acaba de entender porqué un humano mata a otros, sin provecho, por el placer de
matar. No le estaban atacando. No iba a conquistar la ciudad. No era la lucha
por la vida, la necesidad de sobrevivir buscando comida. Era matar por matar.
Pasó también en Noruega. Y pasa de vez en cuando en otras ciudades del mundo.
Pero el humano también mata sin pistolas y rifles.
El depredador humano es el que te chupa la sangre con la
explotación económica salvaje. El que te hace esclavo. Te quita derechos. Te
obliga a trabajar por un salario de subsistencia y te desahucia cuando ya no
tienes nada que darle. Hoy el depredador más característico es el especulador
financiero.
Busca una presa. La ataca. La hostiga sin piedad. La compra
cuando está muy débil. Luego le da de comer y la despieza para repartir sus
despojos y sacar un beneficio enorme con su venta. Estos especuladores obtienen
beneficios millonarios. Miles de millones de euros. Con ese dinero se hacen
palacios de oro, se compran barcos de lujo, aviones. Quieren tener harenes de
mujeres u hombres que les den placer y les adoren. Quieren sentir que son los
más poderosos de la tierra. Los que deciden el futuro de las naciones. Los que
pueden devorar a cualquier animal humano cuando quieran. El poder. Esa es su
recompensa. Sentirse los más poderosos del planeta. Por eso no pueden parar.
Nunca hay suficiente. Porque siempre habrá alrededor otros humanos que quieran
ocupar su sitio, desde Rusia, China, EEUU, Argentina, México, … ¿Quién dice
Forbes que es el hombre o la mujer más rico del planeta? Los celos siguen
angustiando a la madrastra.
He conocido algunos humanos poderosos. Algunos conservan
algo de humanidad. Rasgos de afecto hacia su familia y sus amigos. Otros se han
vuelto totalmente inhumanos. No tienen piedad. Viven en el miedo de perder lo
que tienen. No pueden disfrutar de nada cuando lo tienen todo. Son como una
llaga purulenta maquillada con billetes de dólar. Es verdad que estos humanos
se disfrazan con las ropas y las pieles más caras y se rocían la piel con perfumes
que huelen a rico. Sus movimientos son suaves porque entrenan en gimnasios
privados y mantienen la forma. Destilan poder. Pero sus almas están corrompidas
con la codicia. Es la peor de las enfermedades humanas. Te devora los otros
sentimientos. Te obsesiona. Te impide ver las cosas. Te impide amar. Te impide
“entrar en el reino de los cielos”.
Pero estas personas son muy peligrosas. Hacen mucho daño a
otros humanos. Multiplican el sufrimiento generación tras generación. No
conocen límites a su egoísmo. Y esa enfermedad es contagiosa. Y afecta a
personas en todas las escalas sociales, y se extiende como un cáncer por la
sangre de la sociedad humana.
Es preciso que los seres humanos se vacunen contra esa
enfermedad. Que desarrollen defensas. Que se inmunicen. El egoísmo, como
cualquier germen, si se multiplica en exceso mata. Debe haber un equilibrio con
el amor. Ama a tu prójimo como a ti mismo. Un equilibrio. Y a Dios por encima
de todas las cosas. Al propio amor.
A la propia vida.
No es fácil. Es un aprendizaje personal. Descubrir la
belleza de la generosidad, el altruismo, el reconocimiento y el aprecio del
otro. El perdón, la reconciliación, la búsqueda de un espacio de encuentro y
acuerdo. No es fácil porque cuando intentas esta actitud, los depredadores
pueden morderte al cuello y desangrarte en un momento. Y entonces despiertan en
ti el odio y la sed de venganza y rompen tu intento de ser bueno. No es fácil.
Pero no es imposible. Los grandes maestros lo enseñaron.
La especie humana no sobrevivirá a las otras especies. Esto
parece claro. Las cucarachas y las bacterias son más fuertes. Vivirán millones
de años después que la especie humana haya desaparecido del planeta, quizá
dentro de 10 millones de años. Pero lo importante no es eso. Lo importante es
que tú y yo, humanos que podemos leer esto que escribo, entendiéramos que
podemos ser felices si logramos un equilibrio entre el egoísmo y el amor. Si
vencemos a la codicia como eje de esta sociedad. Si el poder se distribuye
entre todos para avanzar en una sociedad de iguales, de hermanos. Si aprendemos que el dar ( tu tiempo,
tu esfuerzo) es tan importante como el recibir. Si comprendemos que un corazón
que quiera acumular todas las riquezas nunca podrá disfrutar y acabará
estallando, como un niño que quiere todos los juguetes y nunca aprende a jugar,
o como un estómago que quisiera devorar todos los manjares sin saborear ninguno.
El regalo de vivir es una única oportunidad. Respira,
siente, sonríe, trabaja, comparte, ama, vive cada instante.
Después de muchos años de recorrer varias ciudades, de
estudiar la fauna urbana y de conocer a muchos humanos, entre los que me
incluyo, sé que es posible, aunque no fácil, vivir feliz.
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