Vuelvo a casa caminando desde la estación.
Hay luces navideñas en algunas calles, en algunos balcones;
menos que otros años, por el precio de la luz.
Voy con la bufanda al cuello y el paraguas abierto.
Las hojas amarillas y ocres de los árboles
dibujan un tapiz resbaladizo en las aceras.
Chispea. Cielo gris. Frío de invierno. El aire trae el olor
del humo de las chimeneas. Un olor grato
que me recuerda la casa de mi madre en el pueblo.
“¡Mira papá, un coche amarillo!” dice un niño
con su voz de niño; y me viene a la memoria mi padre
y el niño que yo fui, y mis hermanos, diciendo
“¡Mira papá lo que hago!” Y veo a mis hijos
cuando ellos eran niños, con esa sonrisa inocente
que te desarmaba y sus ojos asombrados.
Y me veo hoy a mi ya viejo, ya sin prisa,
caminando despacio para no resbalarme,
sabiendo que Pepa me estará esperando.
Y veo a madres, hijos, nietas, abuelos,
generación tras generación, con sus anhelos y sus miedos,
tratando de sumar cada cual su granito de arena,
soñando que juntos podemos hacer un mundo mejor,
dándonos cuenta que todos formamos parte
de una misma familia: somos hermanos.
Y recuerdo a mi madre, esa mujer extraordinaria
que nos animaba de niños, “¡arriba los corazones!”,
al despertarnos para ir al colegio bien temprano.
¡Arriba los corazones!, nos diría hoy, ¡ánimo!,
despertaros a las ganas de vivir un nuevo día,
y abrid un huequito de amor a la esperanza
juntando con fuerza vuestras manos.
¡Feliz Navidad!
Fernando Lamata, diciembre 2022