Muchas veces me he preguntado por qué era tan difícil
desarrollar un sistema sanitario universal en EEUU y por qué, en cambio, había
sido posible en Europa. Ahora que los ataques del nuevo capitalismo financiero
ponen en cuestión el modelo social europeo; ahora que mientras a la sanidad
pública se le recortan más de 10.000 millones € poniendo en riesgo su
futuro, se le dan a Bankia otros
19.000, vuelve a cobrar actualidad esta pregunta.
La hipótesis que presenté hace dos años en una Jornada sobre
la Reforma Sanitaria de Obama organizada por la FADSP apuntaba dos factores
relacionados entre sí: por un lado, desde que hace cien años EEUU había
comenzado a ser potencia dominante no había conocido una derrota total, seguía
siendo el Imperio, y por eso no era consciente de que “podía perderse todo”. Y,
por otro lado, desde que empezó a forjarse como Nación, la mayoría de los
norteamericanos estaban convencidos de que una persona siempre podía salir
adelante con su propio esfuerzo, gracias al ejercicio de su libertad. Eran
invencibles y Dios estaba de su lado (In God We Trust).
En Europa muchos años de historia habían fraguado otra
psicología colectiva. Después de siglos de feudalismo, el desarrollo del
capitalismo industrial impuso a
los trabajadores unas condiciones de vida muy duras; la mortalidad infantil
superaba los 150 por 1000 nacidos vivos (más que hoy en los países más pobres
del planeta), se pasaba hambre física
y no había ninguna protección social. Los trabajadores y los campesinos
no tenían “nada que perder”. Eran conscientes de que un hombre solo no podría
defenderse y necesitaba asociarse con otros trabajadores. El movimiento obrero
fue adquiriendo fuerza y la revolución soviética hizo patente la amenaza para el
orden establecido. Las luchas obreras y el miedo al comunismo fueron creando
condiciones para que los capitalistas cedieran parte de su riqueza, de su
poder, en toda Europa.
El otro factor predisponerte fue la conciencia de que éramos
vulnerables, de que “podíamos perderlo todo”. Los países europeos habían
sufrido muchas derrotas a manos de invasores. Lo tenían todo, y todo lo
perdieron. Habían mordido el
polvo. Los europeos saben que los
imperios de hoy caerán mañana, porque tienen las ruinas de esos imperios, de
sus impresionantes templos y sus inexpugnables castillos, hundidas bajo tierra
en todas sus ciudades. La guerra impone una evidencia de vulnerabilidad y crea
en el ánimo del grupo una predisposición, la necesidad de colaborar juntos para
salir a delante, porque pueden perderlo todo. Quizá por eso fue posible crear
los sistemas obligatorios, públicos, de protección social.
En EEUU no se han dado estos dos factores. EEUU todavía no
ha tenido un fracaso histórico, y no ha visto de cerca la amenaza de la
revolución comunista. El elemento dominante en la psicología de este gran país
es la libertad, que implica un rechazo al intervencionismo del Estado. En los
debates sanitarios que se han llevado a cabo en EEUU, siempre que los demócratas han intentado aumentar la
cobertura sanitaria, financiada con impuestos o con cotizaciones sociales
obligatorias, los republicanos han enarbolado la bandera de la libertad. “¿Cómo
van a obligarnos a contratar un seguro sanitario? ¿Nos obligarán a beber una
determinada marca de cerveza, a vestir con un mismo tipo de pantalón, etc.?
¿Por qué tienen que pagar otros por mi médico? Es mi problema. Yo debo trabajar
duro y ahorrar para poder pagar mi factura médica. Tengo que ser capaz de tener
empleo en una empresa que tenga un buen seguro médico. Es mi problema”. Y lo
ven así millones de norteamericanos, porque en sus genes está la historia del
éxito en los últimos doscientos años, su historia como país, que empieza
ampliando sus fronteras poco a poco, aumentando los Estados de la Unión,
creciendo en poder económico, ofreciendo trabajo a miles de inmigrantes de todo
el mundo, siendo los mejores. Por eso la atención sanitaria pública se ha ido
implantando primero solo a los más pobres (Medicaid) y a los mayores (Medicare).
Es un país joven, y triunfador. No tiene la necesidad psicológica de crear un
sistema sanitario para todos, pagado por todos.
Ahora, la crisis económica iniciada en 2007 está sirviendo
de coartada para intentar socavar el modelo sanitario europeo. Y el apoyo
social no es tan fuerte, porque las condiciones que se dieron al construir este
modelo no existen. Paradójicamente, el éxito de Europa, construyendo una
convivencia pacífica, con sistemas de protección social y garantía del
ejercicio de las libertades, la hace ahora más vulnerable, porque no tenemos
conciencia de su necesidad.
Pensábamos que estos logros estaban garantizados para siempre y bajamos
la guardia. Pero las concesiones que había hecho el capitalismo, su regulación,
su sometimiento a un sistema fiscal, no eran irreversibles, y fueron
debilitándose a partir de 1980, mientras tomaba fuerza un nuevo capitalismo
financiero global.
El nuevo capitalismo financiero, atento a estos cambios, ha
visto un hueco en los sistemas de protección social, donde puede generar un
negocio fabuloso como en EEUU, y por eso promueve un discurso machacón y
manipulador: “los sistemas sanitarios públicos no pueden sostenerse, hay que
disminuir la financiación pública (la que pagamos todos con impuestos) y que
cada uno se pague su enfermedad (bien sea en el momento del uso, con copagos, o
bien sea con seguros privados). Hay que introducir la gestión privada en lo que
quede de sanidad pública porque ahorraremos dinero”, etc.
Para que este discurso generado desde el poder económico no
se transforme en la ideología dominante, tenemos que ser capaces de elaborar
otro discurso, que sea respaldado desde el poder de la ciudadanía organizada.
Ese discurso debe tener dos nuevos elementos: de una parte la defensa de los
valores que hemos sido capaces de poner en pie en Europa con el esfuerzo de
todos, que son la paz, la justicia y la libertad. La libertad, para ser real,
necesita también de la justicia. Y solo con las dos hermanadas es viable la
paz. Y el valor de la justicia exige que todas las personas tengamos derecho a
la atención sanitaria adecuada independientemente de nuestra condición
económica o social.
De otra parte, el argumento de la eficiencia. Reiterar una y
otra vez que toda la evidencia muestra que un sistema sanitario de cobertura
universal, como el europeo, es más eficiente, menos caro para el conjunto de la
sociedad, con mejores resultados en salud y más sostenible que un modelo como
el de EEUU. En Europa el derecho a una atención sanitaria pública de calidad es
para el 100% de las personas, en EEUU no llega al 50%. La sanidad europea
cuesta un 10% del PIB, la de EEUU un 18% del PIB. La esperanza de vida al nacer
es tres años mayor en Europa. Es preciso, además, escuchar a la OMS, cuando recuerda en su informe de 2012
que cien millones de personas se arruinan cada año en el mundo por tener
que hacer frente, con su
patrimonio personal, a los gastos de asistencia sanitaria.
Estos dos elementos deben forjar una conciencia colectiva
fuerte, que llene las plazas y movilice las redes sociales, los sindicatos y
los Parlamentos, para exigir y respaldar a los gobiernos que defiendan una
sanidad pública universal, con una
calidad de servicios adecuada al nivel de renta del país. Quizás ahora no
sintamos la amenaza de una guerra militar que pueda destruirlo todo, pero en
Europa se está desarrollando una verdadera guerra económica entre el
capitalismo financiero internacional y el conjunto de la sociedad. En esa
guerra ya estamos perdiendo mucho (sanidad, educación, prestaciones sociales,
empleos, derechos laborales y salarios) y, si la ciudadanía no se enfrenta con
inteligencia a un adversario poderoso y voraz, tenemos todo que perder.
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