En
los últimos 30 años, junto a la economía de mercado industrial, que se ha
desarrollado con enorme potencia en China, India, Brasil y otros países
“emergentes”, en EEUU y Europa ha tomado el poder la economía de mercado
especulativa, el nuevo capitalismo financiero global.
En
los países “emergentes” la creación de riqueza ha permitito que muchos
trabajadores y sus familias hayan ido saliendo de la pobreza y estén mejorando
sus condiciones de vida. En esos países se plantean ahora luchas para mejorar
salarios, rebajar jornada laboral y crear sistemas de protección social, como
hicimos en Europa en la primera mitad del siglo XX.
En
España y en Europa, en cambio, donde se habían logrado importantes conquistas
sociales que mejoraron la vida de la mayoría de la población en la segunda
mitad del siglo XX, la crisis de 2007 ha puesto de manifiesto la debilidad de
los trabajadores y de la clase media frente al nuevo capitalismo que está
poniendo en riesgo los avances de los últimos 30 años. La Reforma Laboral
aprobada por el Gobierno de España en 2012 es un retroceso de enormes
proporciones, como lo es la política de recortes en sanidad, servicios sociales
y educación.
El
sistema económico capitalista, con propiedad privada de los medios de
producción (ánimo de lucro) y asignación de recursos y precios a través del
mercado, había demostrado su capacidad para crear riqueza, para producir bienes
y servicios en cantidad y calidad creciente. Pero contenía en su origen una
injusticia radical: la apropiación de la plus-valía, de los beneficios
obtenidos con la producción, por el capital, dejando a los trabajadores como un
“factor de producción” que se compraba a precio de mercado. Frente a esta
concepción, el socialismo defendió la consideración del trabajo como parte
esencial del proceso productivo y merecedor de la asignación de una parte
proporcionada de la plus-valía. Esta consideración se fue consagrando en las
Constituciones (“economía social de mercado”), y en las leyes. Se respetaba la
propiedad privada y la libertad de empresa. Pero se sometía la economía y la
propiedad al interés general, se respetaban los derechos laborales, salarios
proporcionados al esfuerzo, y “salario indirecto” a través de derechos
sociales, sanidad, educación, servicios sociales, seguridad social, etc.
El nuevo capitalismo financiero introduce
en el sistema dos cambios fundamentales: por una parte, se ha desligado de la
producción de bienes y servicios (compra y vende dinero y “títulos”); por otra
parte se ha hecho supranacional, global, desligándose de las leyes nacionales.
Estos cambios afectan a las relaciones de producción, y a la fuerza que tenían
los trabajadores a través de la acción sindical y de la acción política. La estrategia
de la social democracia europea planteó sus batallas en las fábricas
(reclamando más salario o menos horario de trabajo), y en los Parlamentos
(aprobando leyes sociales e impuestos para financiarlas). Ahora, el dueño de la
fábrica ya no es el que manda, mandan los bancos y los fondos de inversión; y
el parlamento nacional no controla con sus leyes la acción del capital
internacional.
Al
mismo tiempo, a lo largo del siglo XX la estructura de la sociedad (en España y
en Europa) ha cambiado. Hoy, en España, los pensionistas (9 millones) y los
parados (5,5 millones), suman tantos como los 14,8 millones de asalariados.
Además hay 2 millones de trabajadores autónomos. Por otro lado, de los 14,8
millones de asalariados, la mayoría no trabajan en el campo o en las fábricas.
La mayoría trabajan en oficinas y en comercios, en el sector de servicios, en
pequeñas empresas.
Estos
cambios deben obligar a los movimientos sociales a un enfoque diferente.
Hemos de redefinir la estrategia social para el cambio.
En
todo caso, y en primer lugar, tenemos que recordar a dónde vamos para no perder
el rumbo. Se deben reafirmar los principios y los valores que defendemos: la
igualdad entre mujeres y hombres, el derecho a un empleo y un salario justo,
los derechos sociales (sanidad, educación, seguridad social, servicios
sociales), el ejercicio de la libertad, la búsqueda permanente de la paz, la
construcción de un modelo de desarrollo sostenible. En definitiva, el bienestar
de la mayoría de las personas.
Debemos
luchar por los derechos de los trabajadores, pero también por los derechos de
los parados, de los pensionistas, de los estudiantes, de los autónomos, de los
consumidores y amas de casa. Debemos luchar por los intereses de la mayoría de
la sociedad, poniendo siempre por delante a los más humildes, los excluidos,
los pobres.
El
liderazgo de ese cambio (la vanguardia) no será solo un partido político o un
sindicato, aunque deban jugar un papel importante. Tienen que ser grandes
plataformas de cambio social.
¿Y cuál
es la estrategia? La que responda a los dos cambios del sistema capitalista.
La
acción parlamentaria (legislación, políticas públicas) tiene que ser local,
pero al mismo tiempo regional, nacional, europea y mundial. Debemos luchar por
los derechos de la mayoría de la sociedad en cada una de las Regiones españolas
y en España. Pero para avanzar en la defensa de los derechos de los
trabajadores y de la mayoría de la sociedad, nuestro ámbito de actuación debe
ser Europeo y Mundial. Sin una política europea, no podremos defender los
derechos de los trabajadores en España y en los países europeos. Sin una
política Mundial, las crisis económicas, las guerras y la sobre-explotación del
planeta, seguirán amenazando la vida de millones.
La
movilización social, tiene que tener como brazo principal las organizaciones
sindicales y los partidos políticos. Pero tiene que ir más allá. Movimientos
juveniles, de pensionistas, de consumidores, de amas de casa, de intelectuales,
de parados, de autónomos y pequeños empresarios, ecologistas, etcétera,
etcétera, construyendo grandes plataformas sociales. Y deben utilizarse nuevos
medios de movilización que, además de las manifestaciones y las huelgas,
utilicen otros procedimientos, nuevas tecnologías, nuevas formas de comunicación
e intervención social, que puedan desarrollar acciones de presión eficaces
frente al nuevo poder del capitalismo financiero deslocalizado e invisible.
La
estrategia para el cambio social en el siglo XXI tiene que redefinirse para
poder seguir logrando avances en la justicia, la libertad y la paz para todos
los seres humanos del planeta.
(En Panfleto contra la codicia desarrollo un
análisis más completo)